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7 de Junio de 2017

El streaming y tu intimidad

"En los servicios digitales de música también toman esa información personal. Pero es administrada por otros. Y se vende a otros. Y cada vez que echas a andar una canción entregas una pizca de tu vida privada".

Por Pato Cuevas
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Pato Cuevas es Periodista autónomo, profesor malhablado.

Cuando leí que el formato mp3 de compresión de audio terminaba sus días a raíz de que la empresa que lo creó no renovará sus patentes, quedó la sensación de estar viviendo otra de esas mini-revoluciones tecnológicas que vienen sacudiendo la forma que tenemos de escuchar música desde la gran caída de la industria digital, a partir de 1999.

Digo mini-revolución porque todo ocurrió dentro del contexto digital y no es algo completamente diferente que afecte en simultáneo aparatos, soporte, contenido y el factor tiempo-espacio del usuario. Eso significaría que cambian incluso tus costumbres.

No, no es tan drástico. Pero sí relevante porque retrocede nuevamente la posibilidad de tener materialmente la música. Y lo más delicado: a la vez que más automático, es cada vez más público el acto de escuchar música.

Al abaratarse y ampliarse el acceso a internet y mejorar la tecnología de los teléfonos móviles, irrumpe la transmisión a distancia de canciones: ya no tienes que descargarlas a una memoria dura, sino que la reproduces desde un servidor en otra parte, lo que se conoce como streaming. La canción, el fonograma, está alojado en otras tierras que son propiedad de quien las administra y ofrece esa posibilidad cobrándote. Entonces, casi 20 años después de la caída de la industria de la música a causa del pirateo de la descarga de archivos, alguien lo resolvió: tú escuchas las canciones que quieras, sin apropiártelas, y pagas un consumo mensual. Si quieres escuchar sin usar internet, puedes descargarlas, a veces, en el formato de la aplicación que escuches.

Pero lo más significativo son las herramientas de automatización. Primero, porque las aplicaciones como Spotify, a propósito de lo que escuchas (que ya no es algo privado, el sistema sabe lo que te gusta), te arman listados inspirados en esos temas. También los agrupa por estilo, para no mezclar, por ejemplo, pachanga con Mozart, o Maluma con new age. Fantástico que alguien entendió que la relación con la música es emocional, infiel y diversa.

Segundo, porque aplicaciones como Soundhound y Shazam te permiten ubicar música sin que sepas su nomenclatura, sin que te sepas el nombre de la canción. Basta dejar que tu aparato escuche algo para identificarlo. Y a veces basta sólo tararearle a tu móvil.

Tercero, porque, poco a poco, las radios que usaron la música como insumo fundamental de sus contenidos, comenzaron a perder pisada. No creo que se trate de que el sistema aleatorio le gane al criterio de un programador humano. Sin embargo, el poder que tiene el usuario de repetirse una canción, recomendarla, multiplicarla, juntarla con otras, es un juego entretenido que se efectúa en un entorno fácil. Le pasamos el juguete de la música a gente no experta en ella. Y les cobramos. Y luego observamos su historial de escucha para recomendarles cosas de vuelta.

Entonces, vuelvo a pensar en el sistema de archivos de mp3 y todo lo que tenías que hacer: encontrar una canción en un disco compacto, sacarla de ese disco y meterla a un computador como un archivo. Luego trasladar el archivo a un reproductor o a un teléfono. Recién ahí escucharla, si es que funcionaba. Y suena todo tan obsoleto. Perdías tiempo. Y mucho (reconozco, eso sí, que yo sigo usando este método… pues no toda la música está disponible… sólo 3 ejemplos: King Crimson, Neil Young o la mayoría de los discos de Patricio Manns).

El recuerdo que me asalta es similar entonces: hace 30 años extraías canciones de la radio o de discos de vinilo y grababas canciones en un cassette para poder escuchar la selección de lo que te gustaba (podías regalarla incluso). Esas colecciones, metidas hoy en cajas en cientos de entretechos, hablan más de la vida privada de lo que uno quisiera (si incluso anotabas los temas con tu letra en las cartulinas interiores).

En los servicios digitales de música también toman esa información personal. Pero es administrada por otros. Y se vende a otros. Y cada vez que echas a andar una canción entregas una pizca de tu vida privada. Algo que, muchas veces, crees que es parte de tu intimidad. Pero no lo es. No más.

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