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22 de Septiembre de 2017

Realidad Chilena de la Educación Superior

Estas duras realidades no hacen otra cosa que poner en duda la relevancia de los énfasis e incentivos que se han puesto en el proyecto de reforma a la educación superior.

Por Fabián Riquelme
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Fabián Riquelme es Director de Estudios, Vicerrectoría de Vinculación con el Medio, Universidad San Sebastián.

Según el último ranking Times Higher Education World University publicado recientemente, las tres universidades chilenas que hacen más investigación, se ubicaron entre el top 501 y 600, y algunas otras después del puesto 600 o del lugar 800. Refleja el estado de desarrollo que nuestra educación superior tiene en comparación con quienes lo lideran a nivel mundial, Estados Unidos y Reino Unido.

Visto así, parece incoherente que el actual proyecto de ley, que se está tramitando en el Senado, impulse a que todas las universidades sean “complejas”, porque nuestras reales posibilidades de estar en las “grandes ligas” mundiales no llega a más de dos o tres instituciones.

Además, sería altamente costoso. Un cálculo que considera el gasto fiscal adicional que significaría “mover” a que todas las universidades sean de la complejidad de la Pontificia Universidad Católica, revela que es equivalente al doble del gasto presupuestado en 2017 en ayudas estudiantiles por Gratuidad, Becas y CAE, para todo tipo de instituciones (UES/IP/CFT).

Por otro lado, y también con resultados frescos, la OCDE nos golpea con otra realidad. Según el OECD Skills Outlook 2017, los trabajadores chilenos son los que presentan los más bajos niveles de aritmética y alfabetismo de todos los países que componen esta organización, lo que es un enorme obstáculo para su desarrollo laboral. Esto último también era esperable, toda vez que solo el 20% de la fuerza de trabajo existente tiene educación media completa o más.

Estas duras realidades no hacen otra cosa que poner en duda la relevancia de los énfasis e incentivos que se han puesto en el proyecto de reforma a la educación superior. Esa información hace deseable que los esfuerzos estén más orientados a mejorar el acceso a estudiantes vulnerables, desarrollar programas de acompañamiento y nivelación y tener un completo sistema de becas y créditos.

También que exista mayor inversión y coordinación en investigación acorde con los recursos humanos y financieros disponibles, conectando las universidades con el Ministerio de Ciencia y Tecnología. Por lo mismo, no debería estar el foco puesto en el avance de la gratuidad universal, ni en intentar que todas las universidades sean complejas; tampoco parece conveniente para el futuro del país crear instituciones con exceso de regulaciones, que ahogan la diversidad e inhiben la innovación y creatividad, indispensables para el progreso universitario.

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