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18 de Octubre de 2019

Universidades, democracia y mentalidad totalitaria

"Pretender imponer un estatuto totalitario, que solo permite postular a cargos de representación estudiantil a personas que se identifiquen como "antiimperialistas, anticapitalista y antiespecistas" es contradictorio con el espíritu mismo de una universidad".

Por Tomás Bengolea L.
Polette Vega
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Tomás Bengolea L. es Presidente de Fundación ChileSiempre.

La Universidad de Chile ha dado mucho que hablar en estos días. Aparte de las críticas surgidas por la polémica modificación de Estatutos del Centro de Estudiantes de Derecho, las agresiones a Polette Vega han encendido las alarmas a nivel nacional. La estudiante de Trabajo Social y militante de la Centro Derecha Universitaria (CDU) fue agredida nuevamente por algunos compañeros al intentar reintegrarse a clases, tras semanas fuera de la Universidad a raíz del ataque que sufrió en julio.

Estos casos, que podrían parecer aislados, se suman a realidades que se viven en otras universidades del país. Las elecciones del año pasado a la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica estuvieron marcadas por una operación política en contra del candidato del Movimiento Gremial, que fue acusado de abuso sexual desde el anonimato. Como ya es costumbre, la izquierda radical manipuló y utilizó políticamente esta denuncia, transgrediendo gravemente la presunción de inocencia y masacrando públicamente a su oponente. La denuncia resultó ser absolutamente falsa.

Pretender imponer un estatuto totalitario, que solo permite postular a cargos de representación estudiantil a personas que se identifiquen como “antiimperialistas, anticapitalista y antiespecistas” es contradictorio con el espíritu mismo de una universidad. Esto se suma a las constantes agresiones de las que ha sido víctima Polette por el hecho de pensar distinto, lo que también es impropio de una casa de estudios superiores. Estas situaciones se suman a las falsas denuncias y al clima de violencia imperante en muchos lugares, lo que da cuenta de una profunda crisis democrática al interior de ciertos ambientes universitarios.

La acumulación de estos episodios de violencia política dentro de las universidades chilenas no solo es reflejo de una de una decadencia de la forma de hacer política a nivel nacional y global, sino que es la consecuencia propia de la mentalidad totalitaria que inspira a los grupos que participan en estos sucesos. No es casualidad que los vociferantes promotores de la educación controlada totalmente por el Estado sean los mismos que combaten la autonomía de los proyectos educativos y la libertad de ideas dentro de los campus.

Contra la mentalidad totalitaria -donde la Universidad debe subordinarse a una ideología de turno o a las órdenes de un partido político-, está la opción auténtica de compromiso con la libertad. La universidad, tal y como la entiende la tradición occidental, es la comunidad de maestros y discípulos, y como tal, tiene por noble fin la búsqueda de la verdad y la transmisión del conocimiento. Una universidad donde los estudiantes rechazan el debate o agreden a sus compañeros por pensar diferente arriesga perder su identidad como proyecto educativo y transformarse en un mero instrumento de violentistas para imponer sus planteamientos.

La gravedad de los hechos merece que dirijamos nuestra atención a la calidad de la política universitaria a nivel nacional. El matonaje, la imposición sistemática y los actos de funa se han vuelto demasiado comunes en el último tiempo. Obviamente, los principales perjudicados son los estudiantes y profesores de estas universidades -y sus legítimas demandas y problemas-, pero también el valor de la democracia en Chile.

Si queremos proyectar la democracia hacia el futuro, es necesario que nos hagamos cargo de la vulnerabilidad que presenta en ámbitos estudiantiles. Mientras algunos se suman -tardíamente y con poca rigurosidad- al discurso apocalíptico del cambio climático, los totalitarismos ideológicos, las denuncias falsas, las negaciones a principios básicos y la transgresión de valores fundamentales como la libertad de opinión siguen destruyendo los espacios de diálogo democrático y la amistad cívica al interior de las universidades. La unidad de quienes creemos en la democracia y el Estado de Derecho se vuelve urgente si queremos recuperar las universidades como espacio de diálogo al servicio de Chile.

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