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3 de Diciembre de 2019

El problema del costo de los fármacos: un modelo sanitario que debe cambiar

En el sistema sanitario chileno, los medicamentos son entregados a las leyes de la oferta y la demanda, en nombre de mejorar una eficiencia que nunca llegó y un resguardo de libertades que son ejercidas por la población con más recursos.

Por Pedro Chana
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Pedro Chana es Neurólogo y subdirector de la Dirección de Postgrado de Facultad de Ciencias Médicas de Usach

Se ha debatido ampliamente sobre los diferentes factores que influirían en el costo de los medicamentos, buscando explicaciones a una realidad ineludible. El impacto directo del costo de los medicamentos en el bolsillo de los chilenos y chilenas es especialmente dramático en los medicamentos innovadores o nuevos.

Según un estudio realizado por la Cámara de la Innovación Farmacéutica (CIF), Chile ocupa el último lugar de la OCDE con sólo un 6% de cobertura en moléculas nuevas o innovadoras a diferencia de Corea e Irlanda que reembolsan 70% y 95% respectivamente, teniendo un presupuesto en salud comparable con Chile.

En el sistema sanitario chileno, los medicamentos son entregados a las leyes de la oferta y la demanda, en nombre de mejorar una eficiencia que nunca llegó y un resguardo de libertades que son ejercidas por la población con más recursos.

Para la población más vulnerable y excluida, oprimido por la transacción del bienestar en el mercado, la alternativa es ser depositario de beneficios modestos asociados a estigmas de pobreza y marginalidad. Y es entonces donde la clase media, la inmensa mayoría, queda aprisionada entre estas dos realidades, siendo obligado a la compra de fármacos innovadores y a servicios de salud privados, a costa del endeudamiento.

Insistir en una fórmula que ha mostrado su ineficiencia me recuerda la obra de Molière El Enfermo Imaginario/El Médico a Palos que satirizaba a los médicos de su época que se limitaban a purgar y sangrar como única medida para enfrentar la enfermedad.

Un ejemplo: el incremento del 1% en la tasa de desempleo incrementa la mortalidad por suicidio en personas menores de 65 años. Por contra, este efecto se reduce e incluso desaparece cuando existen políticas activas para el empleo (formación, estímulo financiero a la contratación de desempleados jóvenes o mayores, etc.).

Ahora debemos decidir en qué lugar de la historia queremos estar. Si deseamos levantar reformas y estrategias que mejoren temporalmente el acceso y las formas de relación o propendemos a una posibilidad real de transformación, hacia un sistema de salud justo, de calidad y digno, para todos y todas.

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