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27 de Febrero de 2020

La fe ciega del fanático

Solo la fe ciega puede reemplazar la creencia en el trabajo por la confianza en el Estado como fuente de progreso social.

Por Rodrigo Pablo
reforma constitucional
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Rodrigo Pablo es Abogado Universidad Católica.

No soy una persona de fe o al menos de una fe ciega. No creo nada si no tengo antecedentes racionales para ello.

Esto me lleva a ser cauto; a creer en Dios (como a Einstein, me resulta imposible creer que el orden de la naturaleza es solo azar), y a no creer en un futuro mejor si no trabajo de forma constante y con medios sabidamente buenos para lograr aquello.

Por su parte, muchos chilenos parecen discrepar de mí, y ponen grandes esperanzas en el “futuro” (ojalá llegue luego) que traerá el desgobierno y la ola de crimen que vivimos, así como la futura Constitución que debería nacer de este proceso nada democráticos y violentos que estamos viviendo.

Dicen que no habrá más abusos, que seremos más justos, que mejorará la salud, habrá más agua, tendremos menos pobreza, un país más inclusivo y podremos vivir en paz (básicamente el cielo en la Tierra).

Lo anterior no se sustentan en la realidad y el proceso que vivimos indica que ocurrirá todo lo contrario.

¿Podemos esperar menos abuso de aquellos que saquean y de quienes los alientan o se niegan a condenarlos? ¿Podremos tener justicia y seguridad si la policía ha sido difamada, su autoridad humillada y les han sido negados los medios para mantener el orden público? ¿Cómo habrá más paz e inclusión si se ha hecho común la violencia verbal e incluso física contra los que piensan distinto, o se acusa de campaña del terror a cualquiera que plantee que con la nueva Constitución podríamos quedar peor?

¿Cómo se espera mejor salud, mejores trabajos y menos pobreza si la economía del país se ha estancado y nuestra moneda se ha devaluado a niveles históricos? ¿Se puede esperar que una nueva Constitución una a los chilenos si en el proceso hacia ella ya se ha humillado e insultado a gran parte de los ciudadanos al llamarlos “fachos pobres” o “huele peos del dictador”, entre otros epítetos, y ha habido violencia y muerte en las calles?

¿Qué puede hacer una Constitución para remediar los problemas de la salud, la educación, las pensiones o el agua? ¿No surgieron los totalitarismos del siglo XX (nazi, fascista y comunista) de procesos violentos recubiertos de promesas mesiánicas?

De esto, racionalmente, no se puede augurar nada bueno: “la paz trae la paz y la guerra engendra guerra”. Solo una fe fanática puede justificar demandar lo imposible mientras se destruye lo que se ha ido haciendo posible gracias al trabajo constante del país en su conjunto. Solo la fe ciega puede reemplazar la creencia en el trabajo por la confianza en el Estado como fuente de progreso social.

Solo la irracionalidad puede hacer posible que haya quienes supone que la responsabilidad por su futuro y por el país depende del Estado y en consecuencia se niega a hacer su propio trabajo o justifican o encubren la violencia como parte de un proceso que debería acabar cuando los de arriba hagan algo.

Me parece que el debate constitucional solo es un chivo expiatorio de nuestros problemas reales, muestra de nuestra falta de rigor para resolverlos y de un gran fanatismo. Ni la salud ni la educación mejorarán por el texto constitucional, sino que lo harán por el trabajo de quienes deben comprometerse con ellas: políticos, prestadores, trabajadores del sector, etcétera.

En esto es clara la experiencia internacional. Así, por ejemplo, la Constitución australiana solo garantiza el derecho a la libertad religiosa y al voto, pero el progreso económico y moral del país ha permitido tener buenos sistemas de educación y salud. Por su parte, las constituciones de Venezuela y de muchas otras repúblicas bananeras están plagadas de derechos que no se respetan.

La fe fanática en el proceso constituyente y en el actuar de grupos violentos, no va a mejorar el país. Por el contrario, va a ensalzar un proceso social que desde cualquier punto de vista ha sido desastroso para el país al potenciar grupos criminales, destruir nuestro prestigio, hundir nuestra economía y poner en entredicho nuestra democracia. No es campaña del terror, es solo salir a la calle a mirar.

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