
Eso en mi generación eso lo sabían los niños, los viejos y los del medio. Hoy, la crispación ambiente aumentada por el proceso constitucional que se supone iba a aplacar y satisfacer las demandas del estallido social, parece haber instalado el principio contrario: mientras más picado, virulento y ponzoñoso te muestres contra los que defienden la postura opuesta a la tuya, más posibilidades tendrá tu opción, ya sea por el rechazo o por el apruebo.
El desarrollo de argumentos en uno u otro sentido, el intercambio de ideas, el conocimiento informado, las comparaciones y la evidencia internacional con procesos semejantes, el chequeo de lo afirmado y de lo escrito (que, a propósito ya es lo que es y no se requiere esperar la entrega formal del documento este 4 de julio), brillan por su ausencia.
Reducir este “apruebo o rechazo”, esta suerte de ser o no ser hamletiano político, a una visión dicotómica del país entre “pinochetistas versus demócratas” desde la mirada de los que aprueban, es una caricatura que no se sostiene. Tampoco lo es suponer que si vence el apruebo se sentarán las bases para que un conjunto de “octubristas stalinistas” se lleven Chile para su totalitaria casa, en el sentir de los partidarios del rechazo.
Existe un buscador de antípodas (en la web existe de todo), donde una vez averigüé que el opuesto geográfico de Santiago de Chile, el lugar diametralmente antagónico al lugar donde nací, es un pequeño pueblo de 13 mil habitantes llamado Yungaisi, ubicado en Shaanxi, provincia del noreste de China.
Hoy basta decir rechazo o apruebo para saber dónde están tus enemigos jurados, los que quisieran borrarte del mapa por estar en sus antípodas ideológicas. La fanaticada de una u otra alternativa frente al proceso constitucional hace lo mismo con los que se atreven a manifestar su legítima y democrática opinión cuando no coincide con la de ellos. Pero lo hace desde el insulto y la descalificación, señalándoles lo “miserables” que son por tener una decisión divergente.
Me impresiona la facilidad con que hoy se espeta a diestra y siniestra el calificativo “miserable”. Es muy fuerte. Entristece que una mujer inteligente, sensible y con humor, como la diputada Carmen Hertz, pierda estatura mandándole un mensaje tan ofensivo e iracundo a un periodista: “Guarde silencio, tontorrón insolente de los fake news y del matonaje político”.
Feo el mensaje para Feito.
Feos también –y elocuentes– los hashtag de los que descalifican el apruebo: #RechazoElMamarracho; #CircoConstituyente; #ConvenciónCulia; #ChileNoCaerá; y #RechazoTransversal. Y de una musicalidad extraña dado el clima actual, los pedidos de gente como el siquiatra Alberto Larraín que ha llamado a los que, como él, están por el apruebo, a no caer en descalificaciones infantiles, como “fachos pobres”, hacia los que rechazan. “Debemos tratar de oír sus opiniones, miedos y dudas sin pasiones ni superioridad”, ha recomendado.
Siendo más bien pragmática, lo aconsejable, lo que le sirve a la opción coyuntural, personal y democrática de cada uno –sea Rechazo o sea Apruebo–, es dejar de ofender, denostar, descalificar al contrario. Porque sabido es que insultar y mostrarse airado, resta votos. O, dicho más clarito: aquí el que se pica pierde.