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13 de Febrero de 2024

Hombres y dioses

Piñera nunca construyó algo memorable; sus logros, tanto financieros como políticos, eran frutos de una mente brillante, que de alguna manera supo prever y detectar tempranamente no solo oportunidades de negocios, como movimientos bursátiles y económicos sino también consecuencias de hechos en política y la vida real y aprovecharse de ellos y, en su caso, solucionarlos.

Por Tomás Szasz
AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Es evidente que mi columna semanal se dedicará al recién fallecido ex presidente, Sebastián Piñera. No pienso analizar su vida desde que salió de la universidad hasta el día de su muerte ya que lo hicieron desde el presidente Boric hasta el más novato periodista, pasando por políticos, amigos, enemigos y parientes. Solo estoy tratando de ser imparcial y, si mi visión lo permite, razonable.

Nadie puede discutir su altísimo coeficiente intelectual; solo el uso de ese don natural es lo que entra en discusión. De cuna, perteneció a lo que llamamos clase privilegiada o élite por lo que tuvo a su alcance la mejor educación y todas las oportunidades de acumular experiencias y conocimientos en el mundo que más le atrajo: los negocios. Su agudeza y la necesaria implacabilidad le facilitó hacerse de su propia fortuna y su famosa tacañería aseguró tempranamente que tenga un cómodo respaldo económico hasta el día de su muerte: 6 de febrero pasado.

Al parecer, una vez logrado esto, decidió iniciarse en la política, para lo cual tampoco le faltaban serios antecedentes familiares. Nunca se sabrá fehacientemente, pero es dable suponer que su ambición desde siempre era llegar a lo máximo, lo más alto a que una persona puede apuntar: ser el presidente de Chile, además paralelamente ser uno de los más ricos del país. Indudablemente logró sobradamente ambas cosas. El camino que transitó puede ser visto de muchos ángulos y criticado o adulado, dependiendo del punto de mira de cada persona.

Nunca ha sido un constructor sino más bien un brillante especulador. Constructores fueron gente como Edison, Tesla o Ford. Piñera nunca construyó algo memorable; sus logros, tanto financieros como políticos, eran frutos de una mente brillante, que de alguna manera supo prever y detectar tempranamente no solo oportunidades de negocios, como movimientos bursátiles y económicos sino también consecuencias de hechos en política y la vida real y aprovecharse de ellos y, en su caso, solucionarlos.

Eso último lo demostró – y magistralmente – en tres oportunidades: el terremoto del 2010, el de los treinta y tres, y el COVID. Nadie puede discutir su visión y sus soluciones efectivas y tempranas. Lo que no pudo sin embargo detectar, ya sea por falta de un adecuado aparato de inteligencia, ya sea por una sorprendente falla momentánea de deducción, fue lo del 18/10. El estallido social no fue algo espontáneo o fortuito; tampoco se debía a una situación crítica creada por la derecha que Piñera simbolizaba.

El primer Gobierno que presidió, le legó un país que ya estaba en curva descendente por la mala gestión de su predecesora. El populismo de Bachelet ya abrió una brecha en el sorprendente desarrollo que logró la Concertación; Piñera trató – y parcialmente logró – retomar el camino, pero sin darse cuenta que el salto de Chile no fue suficientemente profundo. Su segundo mandato partió en una situación definitivamente deteriorada y con un parlamento opositor sin piedad y sin racionamiento que sencillamente denegó cualquier propuesta del Ejecutivo.

Así llegó el momento preciso para ejecutar un plan minuciosamente organizado: el ataque simultáneo a las estaciones del Metro y los eventos que lo siguieron. Cualquiera que niega que el 18/10 ha sido estructurado desde adentro y fuera de Chile, peca de tonto, de cobarde o de cínico sin hablar de aquellos políticos que lo aplaudieron (y eventualmente participaron). Las y los que acusan a Piñera de asesino, de dictador que mandó a reprimir el desorden violentamente, de ser responsable de cegueras y otras heridas graves, denostar los DD.HH., se olvidan de dos cosas: una, que las policías se encontraron desbordadas y en posición de defensa contra delincuentes y dos, que las leyes entonces vigentes autorizaban a Carabineros usar la fuerza que usó en semejantes circunstancias y fueron cambiadas después, como consecuencia de sus causas.

En esos momentos, de forma totalmente paradójica y absurda, el control de la situación solo lo logró una inesperada pandemia: el COVID. La controló y, de paso, causó mucho más daño y víctimas que la represión del estallido social. Sin el COVID quién sabe dónde estaríamos… y Piñera sí pudo frenar la plaga y lo hizo en la forma más exitosa del mundo. Su vena especuladora tuvo una visión preventiva sin similares en el resto del planeta. La izquierda culpó – y una parte aún culpa – al ex presidente del colapso de Chile. Hoy, muchas y muchos, incluyendo al actual mandatario, no tienen otra alternativa que reconocer su figura – aunque sea con observaciones – mientras los de extrema izquierda evidente y previsiblemente lo seguirán detractando siempre.

Hoy muchas y muchos lo endiosan. Pero solo fue un hombre. Según este modesto observador – seguramente habrá quien me llame ultracrepidiano– fue sin duda uno de los más importantes personajes de nuestro siglo e hizo lo que pudo para mejorar a Chile en su manera: con convicción y de manera infatigable. Parecerá tonto, pero obvio: nadie puede hacer más de lo que puede. Piñera nunca dejó de pertenecer al grupo más acomodado y su comportamiento nunca traicionó la clase a la que perteneció aunque indudablemente fue demócrata; el tipo de demócrata que él comprendía deber ser. Fue intrépido y audaz y, lamentablemente, murió en su ley. Y aunque yo crea que ya cumplió sus ansias, él posiblemente todavía quiso más. Solo sus íntimos lo saben.

Que en paz descanse.

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