
Por definición, las elecciones primarias son una forma civilizada y asequible de escoger a un candidato o candidata que represente mucho más que a su propio partido, ampliándose sus posibilidades a obtener el apoyo de todos quienes compitieron en esa primaria.
En Chile, las primarias a la presidencia de la República incluyen el voto de chilenos en el exterior. Además, el voto no es obligatorio en elecciones primarias.
Esta modalidad electoral, las primarias, tiene una característica que puede ser de gran utilidad para la elección definitiva. La competencia, que inevitablemente busca diferenciar a unos candidatos de otros, reduce los posibles desencuentros y fricciones de un mismo sector a una instancia anterior a la elección definitiva. De tal forma que, en primarias, candidaturas que plantean campañas muy agresivas contra sus rivales del mismo sector, luego del resultado tienen tiempo y disposición para sanar las heridas provocadas en la campaña, y aunar detrás de la candidatura ganadora el apoyo de quienes no fueron victoriosos en esas primarias. Si la competencia no incluye primarias, la posibilidad que ese “fuego amigo” se desarrolle en la campaña de la elección definitiva es altísima. Y las esquirlas de un sector enfrentado a sí mismo, son mucho más perjudiciales y dolorosas.
De ahí que hacer primarias -cuando hay muchos candidatos- es un acto político de profunda madurez y reflexión política. Porque consiste en dejar el ego partidario en segundo plano. Cosa que ya decidió la coalición gobernante. Paradójicamente, quienes acusan al gobierno de inexperiencia e infantilismo no harán primarias, y cada cual llevará su candidato a primera vuelta.
Es lo que en el juego de Poker se llama “All in”, donde se apuestan todas las fichas a lo que se estima es una mano ganadora.
El resultado está por verse.