Secciones
Opinión

Kaiser, el escudero de Kast

El riesgo es evidente: figuras como Kaiser no solo corren el cerco del debate hacia los extremos, sino que normalizan el desprecio por las reglas del juego. Y cuando eso ocurre, la política deja de ser un espacio para canalizar el conflicto social y se transforma en un escenario de polarización permanente.

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? En política es exactamente el mismo dilema, gobernar para mostrar gobernabilidad, u ofrecer gobernabilidad para llegar a gobernar, ya que es muy sencillo confundir el ejercicio del poder con la simple administración del cargo. Dar gobernabilidad exige visión, responsabilidad y una ineludible vocación de acuerdos. Gobernar, apenas requiere carisma, discurso encendido y la voluntad de imponer, aunque sea por un rato.

En esa dicotomía emergen dos figuras que hoy tensionan el debate público en Chile: José Antonio Kast y Johannes Kaiser. Aunque el segundo parece jugar un rol secundario en la escena política, su presencia beneficia -curiosamente- más a Kast que a sí mismo. El líder del Partido Nacional Libertario, con su estilo confrontacional y provocador, ha terminado instalando a Kast como una figura relativamente moderada: un contrapeso útil, aunque artificial en la arena política.

Kast y Kaiser comparten un origen común: la incomodidad con sus antiguos partidos y la decisión de crear estructuras propias, con liderazgos verticales, centrados en la figura del líder y con escasa tolerancia a la disidencia interna. Ambos, en el fondo, con hojas de ruta propias, pero al parecer, soterradamente conectadas. Asimismo, son una consecuencia clara del vaciamiento del sistema político tradicional, donde las identidades colectivas dan paso a proyectos personalistas, con lógica electoral antes que programática o, como dijo Kaiser, como una mercancía (la cual se puede transar). Y no es solo culpa de ellos, es parte de los males del sistema, pues hoy la proliferación de partidos responde más a la facilidad del trámite legal que a la solidez de los proyectos colectivos.

Pero hay una diferencia importante: Kast entendió que para ser viable necesita parecer presidenciable. Por eso se aleja del tono incendiario de su excompañero, aunque no de sus ideas. Kaiser, en cambio, no tiene esa pretensión. Le basta con tensionar, incomodar y, sobre todo, radicalizar. En ese juego, ambos se retroalimentan. Uno grita, el otro parece “estadista”. Uno pega, el otro reflexiona.

La pregunta es qué tan real es esa moderación. Porque cuando revisamos las trayectorias legislativas de ambos, el patrón se repite: escasa articulación de acuerdos, mínima incidencia en el proceso legislativo y una constante retórica de denuncia. ¿Qué política pública concreta ha nacido de alguna de sus propuestas? ¿Qué reformas estructurales han sido impulsadas con éxito desde esas trincheras? Y, al final, si no me quieren aquí, como en juego de fútbol de barrio, me voy (a mi nuevo partido) con pelota incluida.

La gobernabilidad no es un eslogan. Es una práctica política compleja que supone entender que ningún país se gobierna solo desde la convicción. Requiere persuasión, negociación y capacidad de generar mayorías. La historia democrática de Chile está repleta de ejemplos en los que grandes reformas -desde los años noventa hasta hoy- solo fueron posibles gracias a acuerdos amplios, incluso entre adversarios políticos. Uno de esos casos fue la elección del exsenador Gabriel Valdés como Presidente del Senado en 1990, pese a ser oficialista y tener la oposición mayoría para elegir a quien quisiera. Esa tradición, que ha sido una de las fortalezas institucionales del país, hoy está siendo cuestionada desde los bordes del sistema.

El riesgo es evidente: figuras como Kaiser no solo corren el cerco del debate hacia los extremos, sino que normalizan el desprecio por las reglas del juego. Y cuando eso ocurre, la política deja de ser un espacio para canalizar el conflicto social y se transforma en un escenario de polarización permanente. Y el Gobierno tampoco está ajeno a esta práctica, al intentar capturar la agenda política con su anunciado proyecto de aborto libre que aleja a sus candidatos del centro y los corre hacia el extremo izquierdo del naipe.

En ese contexto, Kast se beneficia. Su discurso -hasta hace poco considerado radical- hoy se percibe más sobrio frente a la vehemencia de Kaiser. Así, el más extremo ayuda a redefinir lo que parece “moderado”. Pero el truco tiene patas cortas. Porque Chile no necesita un candidato que se parezca a un estadista, sino uno que lo sea. Y para eso no basta con hablar más bajo, sino con demostrar capacidad de gobernar con otros, no contra ellos ni sin otros.

Y al parecer Kaiser seguirá hasta el final de escudero de Kast, pues ha señalado reiteradamente que no se baja de la primera vuelta ¿o será que su apuesta es mayor y su anhelo es ser ministros, de propaganda, por ejemplo?

Gobernar es mucho más que ocupar un cargo. Es encarnar un proyecto país que convoque, incluya y construya futuro. No es lo mismo tener las llaves de La Moneda que saber abrir las puertas del Estado.

Notas relacionadas