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Principios que no se improvisan

Chile tiene todo el derecho a tomar decisiones diplomáticas que considere coherentes con su visión de derechos humanos. Lo preocupante es cuándo y cómo se hace. A pocos días de la Cuenta Pública y en medio del escándalo más serio en materia de probidad que ha enfrentado este gobierno, cuesta no preguntarse si este gesto hacia la comunidad internacional también busca efectos internos.

En general trato de mantenerme fuera de temas políticos y de contingencia dura, porque sé las consecuencias que tiene entrar en esas lides. Pero con la reciente decisión del Gobierno de retirar a los agregados militares de la embajada de Chile en Israel, a raíz de la grave situación humanitaria en Gaza, no puedo quedarme inmóvil.

Como miembro de la comunidad judía, comprendo profundamente la complejidad del conflicto y el dolor que arrastra para ambos pueblos. Nadie puede ser indiferente al sufrimiento de civiles inocentes, sea en Gaza, en Tel Aviv o en los kibutz arrasados por el terrorismo de Hamás. Justamente por eso, creo que los principios, especialmente en política exterior, no pueden improvisarse.

Chile tiene todo el derecho a tomar decisiones diplomáticas que considere coherentes con su visión de derechos humanos. Lo preocupante es cuándo y cómo se hace. A pocos días de la Cuenta Pública y en medio del escándalo más serio en materia de probidad que ha enfrentado este gobierno —el uso fraudulento y masivo de licencias médicas por parte de funcionarios públicos—, cuesta no preguntarse si este gesto hacia la comunidad internacional también busca efectos internos: cambiar el foco, marcar un punto simbólico, salir del atolladero.

La magnitud del caso de las licencias médicas, que involucra a más de 25.000 personas y pérdidas multimillonarias, ha generado una comprensible indignación ciudadana. Y en ese contexto, anunciar una medida de alto impacto diplomático, sin una conversación previa con actores relevantes ni con la comunidad chilena-judía —que históricamente ha trabajado por el entendimiento y el diálogo entre pueblos—, puede interpretarse como un gesto unilateral, más reactivo que estratégico.

Como comunidad, no pedimos alineamientos automáticos. Sí esperamos consistencia, altura de miras y respeto. Los conflictos internacionales no se resuelven con gestos simbólicos que generan distancias con una parte sin acercar a la otra. Y los principios éticos se fortalecen cuando se aplican con el mismo rigor dentro y fuera del país.

Lo que Chile necesita hoy, más que símbolos, es credibilidad. Y esa se construye enfrentando los problemas internos con la misma firmeza con que se condena lo que ocurre afuera. La próxima Cuenta Pública será una oportunidad para demostrar que esa coherencia es posible.

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