
Parece el himno de los patriotas, la canción nacional de los amantes de la bandera, pero la verdad es que nunca lo fue. Bruce Springsteen escribió Born in the U.S.A. originalmente como una pieza acústica para incluirla en su disco más melancólico llamado Nebraska (1982). Y lo hizo pensando en un veterano de Vietnam traicionado por su país y abandonado por el mismo sistema que lo mandó a matar al “hombre amarillo” -como dice la letra-, en nombre de la “libertad”. Sin embargo, lo que nació como una crítica feroz a su propio país, terminó convirtiéndose primero en el coro forzado de la gloria nacional y luego en un vulgar eslogan de campañas políticas.
Hace un par de semanas, Springsteen arremetió en contra de la administración de Donald Trump durante un concierto en Inglaterra y un día después el presidente de Estados Unidos ocupó sus redes sociales para responderle con todo. Lo tildó de “poco patriota”, “imbécil”, “altamente sobrevalorado”, cara de “pasa seca” e “incompetente”, y cuestionó además su calidad de estadounidense, advirtiéndole por último que mantuviera la “boca cerrada”. Todo a pesar de que el mismo mandatario no tuvo problema alguno en ocupar sin permiso Born in the U.S.A. para muchas de sus campañas políticas como pasó en 2016 y 2020.
Es decir, el mundo al revés: un político que representa todo aquello que la canción denuncia y que repudia al que la escribió, termina usándola con el puño en alto como si la letra lo celebrara a él o a sus ideas. Y no es la primera vez que ocurre.
Ronald Reagan ya había intentado apropiarse de la melodía en 1984 -mismo año en que aparece remozada en el disco homónimo de Springsteen- y posteriormente otros políticos republicanos, como Bob Dole, en 1996, y Pat Buchanan en 2000, también buscaron utilizarla en sus campañas, recibiendo públicas objeciones por parte del “Jefe”. Y no era para menos.
Bruce Springsteen construyó su carrera empatizando con la clase trabajadora, abogando por la dignidad de los marginados y describiendo con crudeza la decepción del “sueño americano”. Su narrativa no es patriótica -al menos no en el sentido que interpreta Trump-, sino profundamente crítica. El hombre ama a su país lo suficiente como para mostrarle sus heridas y por eso la controversia en torno a Born in the U.S.A. no es sólo una cuestión de propiedad autoral, sino más bien de autoría moral.
El rock nació como un grito de protesta y rebeldía, pero muchos de sus exponentes fueron domesticados gracias al reciclaje de canciones alteradas precisamente para contradecir su espíritu original. Una distorsión que se amplifica en la era del meme y los clips de 15 segundos, donde lo que sobrevive es el coro y la estrofa incómoda se deja de lado. Por eso la pelea de músicos como Springsteen no es solo por su canción, sino también por el derecho a que las letras se oigan enteras, sin secuestros ideológicos, y en su contexto real. Al contrario de lo que piensa el presidente norteamericano, Born in the U.S.A. no es un panfleto de mitin político, sino un recordatorio que la patria no siempre cumple con sus promesas y que cantarlo no es rendirle un homenaje, sino exigirle que rinda cuentas. Como también debería pasar con todos los presidentes, incluso los “nacidos en U.S.A.”.