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La revolución de los tibios

Esos tibios que tienen el coraje para enfrentar a los totalitarios disfrazados que buscan un solo camino, cuando sabemos que la respuesta a los problemas es el pragmatismo que surge de la integración inteligente de ideas.

Los tiempos que corren son tiempos dónde la política transita por una peligrosa religiosidad.

Como en toda religión hay pastores; gurús; evangelizadores; relatores de fábulas y mentiras que se suponen verdaderas, y a partir de las mejores promesas de un paraíso ilusorio, se construyen rebaños de seguidores que viven en un peculiar calabozo mental que encierra al discernimiento.

Jorge Bergoglio (El papa Francisco), quien habitualmente hacía analogías entre los relatos bíblicos y la realidad, en una de sus charlas realizadas en su época de cardenal, contaba la historia de las mujeres que estaban velando a Jesús afuera del sepulcro, cerrado por una piedra. Ninguna de ellas se animó a correr esa piedra, hasta que a la mañana siguiente cuando la piedra se había corrido, tampoco se animaron a ingresar al sepulcro,

Con esa historia, Bergoglio asimilaba al sepulcro con nuestra mente: Tenemos una piedra que obstaculiza nuestras sensaciones y pensamientos, pero aun corriendo esa piedra no nos animamos a profundizar en nuestra mente.

Los rebaños viven con una piedra que bloquea la entrada y la salida de ese calabozo.

Los rebaños prefieren el confort de la verdad revelada, frente a las opciones que suponen dudas y alternativas que puedan confundir y por ende, hacer trabajar el intelecto paralizado. Esto implica que prefiere una verdad y frente a ella entender que existe solo una situación antagónica, que es la mentira que propone un adversario. Porque siempre tiene que existir un adversario que se transforman en enemigos demoníacos.

De allí la conformación de extremos absolutos, los que generan el frenesí y la ceguera de los fanáticos que ven un solo lado de las cosas, de la historia mal contada y de instancias de violencia mediática y de redes tóxicas que han transformado lo insoportable en lo corriente, tanto desde el “ultracapitalismo” como del “ultrasocialismo”, en definitiva, la mala “derecha” y la mala “izquierda”.

Lo preocupante y triste de esta era de dudosa convivencia política y social, es que la agitación por los extremos ha dejado de ser una franja de excluidos para pasar a ser modelos representativos de la “voluntad popular”, por lo tanto, lo que se suponía una actitud revolucionaria antisistema, es hoy el sistema.

Lo peligroso de este sistema, es su disfraz democrático y su extraña concepción acerca del significado de la libertad, que en otros tiempos era la liberación de las ataduras del imperialismo capitalista salvaje, y hoy parece ser la liberarse de las cadenas impuestas por el imperialismo estatista.

Claro que sin el discurso democrático y de libertad, estos extremos serían dictaduras que, según los lados que representan, algunas parecen ser más amables que otras. Este pensamiento tan frágil como mal intencionado, es lo que erosiona la validez de las instituciones para una sociedad que, adormecida por tantas frustraciones, prefiere creer en falsas promesas de seguridad y de mejora en su economía a costa de mantener un modelo democrático y de instituciones que busquen la convivencia.

Los extremos viven de la ignorancia del rebaño y para eso promueven la apatía social que se manifiesta en el desinterés por la cosa pública, priorizando el bienestar individual por sobre el desarrollo colectivo.

Desde ese lugar, los extremos hacen un culto a la antipolítica, hablando de castas y de corporaciones que viven de la política a costa del individuo común, el que al sentirse frustrado por un pasado de políticos ineficientes y muchas veces corruptos, se hacen eco de quienes se suponen seres inmaculados, que obviamente no lo son.

La aparición de extremos que combaten la inseguridad sin respeto por los derechos humanos, los que atemorizan con una motosierra o los que juegan a la guerra económica, y que cada vez más son aplaudidos por un colectivo social hipnotizado, ha generado un replanteo en la manera de plantear y comunicar de los políticos que son moderados y que para ser parte de este circo beat, replantean sus discursos intentando ser más “duros” y autocráticos.

Hace unos meses, cuando la coalición del entonces presidente Lacalle Pou en Uruguay perdió la elección a manos de la centroizquierda, miles de trolls fanáticos libertarios argentinos lo maltrataron en las redes insultándolo y poniéndole el rótulo de “socialdemócrata” y, especialmente, “tibio”.

Lacalle Pou, con la claridad que lo caracteriza, dijo “en estos tiempos, hay que tener coraje para ser tibio”, aludiendo a que su lucha por una democracia liberal es indeclinable.

En estos tiempos violentos, de grietas que parecen insalvables reviviendo viejas rencillas del pasado político y también social, requieren un puente y eso implica poner un despertador a la ciudadanía dormida.

Ese despertador es tal vez abandonar lo que la gente quiere escuchar y proponer que, sin convivencia pacífica, no habrá seguridad, no mejorará el bolsillo y tampoco se generarán progresos sociales.
Porque eso se logra, aunque parezca ingenuo, con institucionalidad democrática y libertad verdadera.

No es necesario salir con pancartas, blandir escudos medioevales ni proliferar insultos agraviantes para lograr resultados. Al menos, todavía los gritones no le ganaron a nadie sino simplemente amedrentar con sus exasperantes gritos a quienes piensan diferente.

Por eso, pensando en Chile y en la región, tal vez sea el momento de promover la revolución de los tibios.

Esos tibios que tienen el coraje para enfrentar a los totalitarios disfrazados que buscan un solo camino, cuando sabemos que la respuesta a los problemas es el pragmatismo que surge de la integración inteligente de ideas.

Que la política no sea el opio de los pueblos…

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