
Lo que se veía como un proceso de nominación con fair play, se transformó en un fuego amigo desatado. Marcar diferencias está pasando factura al oficialismo y, pese a lo encendido de los ánimos, la primaria parece no convencer a la ciudadanía, lo que ha llevado al propio Presidente —hecho sin precedente— a publicitar el proceso e intentar convocar para mejorar la participación, que no se vislumbra auspiciosa.
Con todo, hay mucho en juego para los partidos, pero sobre todo para el propio Gobierno, pues al ser el único proceso de nominación presidencial, tanto los costes como los beneficios se magnifican. De esta forma, aquí anotamos tres tópicos a observar en las próximas semanas:
La participación. La primaria, al ser con voto voluntario, funciona como una radiografía del poder real de las maquinarias partidarias y del compromiso de sus militantes. Aunque la exministra Tohá podría tener ventajas en una primera mirada, al contar con el respaldo de partidos con estructuras históricas, como el PS y el PPD, el escenario está lejos de estar cerrado. Se trata de una radiografía que también puede mostrar huesos rotos.
De otro lado, es ampliamente reconocido el orden interno y la disciplina del PC, al igual que la capacidad del FA para movilizar sus bases y liderar nichos territoriales con grandes bolsones de votos, como Santiago y Valparaíso.
Sin embargo, lo realmente importante será la participación total, considerando un padrón en torno a los 15.3 millones, se proyecta una votación entre el 11 y 13%. Así, cualquier cifra inferior al 10% será vista como un fracaso; en cambio, si se alcanzan números cercanos al 15% o más, se podrá hablar recién de un proceso exitoso.
La parlamentaria. Con los resultados en mano, la medición de fuerzas al interior del oficialismo ya no dependerá de proyecciones partidarias ni de deseos individuales. Las cifras están sobre la mesa, y son esas las que marcarán la base de las futuras negociaciones. En suma, el ganador, ¿cómo administrará esa mayoría circunstancial?
Surgen entonces dos cuestiones clave. Primero: ¿se mantendrá la alianza establecida para las primarias en la elección parlamentaria, o habrá una recomposición donde algunos salgan y otros entren, como la DC, por ejemplo? Segundo: quien resulte ganador tendrá una ventaja política inicial, pero también enfrentará una paradoja —una especie de búmeran—, ya que, para alinear a todas las fuerzas en torno a su candidatura, deberá ceder en puntos importantes, muchas veces en perjuicio de su propio partido, con la mirada puesta en el verdadero premio: la Presidencia de la República.
Asimismo, esa mayoría circunstancial —o espejismo momentáneo— bastará para instalar al ganador como líder del sector, o será un fallo fotográfico que devolverá toda la hegemonía a los partidos, pues en este caso, como se dice en lenguaje electoral: las elecciones no se ganan ni se pierden, se explican.
El legado. ¿Usarán el salvavidas… de plomo? Pasada la primaria, ya no tiene sentido marcar diferencias entre pares. El que resulte ganador asume la posta de representar toda esa diversidad de posturas —las dos almas del Gobierno— que abarcan desde el PC, y su variante juvenil del FA, hasta el Socialismo Democrático.
Todos los candidatos han declarado estar dispuestos a ser continuadores del legado del Gobierno, aunque sea frágil y difuso, tanto en lo político como en lo social. También han expresado voluntad de continuar con las políticas —en buena parte fallidas— en materia de seguridad y migración. Sin embargo, a la luz de los debates y las diferencias exhibidas, no queda del todo claro que estén realmente dispuestos a enarbolar ese estandarte.
En los hechos, asumir ese rol les aleja del centro político y podría dificultar un eventual triunfo en noviembre, pues en la campaña definitiva deberán elegir entre cargar con esa pesada mochila y apostar por un segundo tiempo, o distanciarse simbólicamente del oficialismo ofreciendo una alternativa “diferente”, de corte gatopardiano.
Al final, hay mucho en juego, ya que —en el fondo— la primaria será un termómetro para medir la sintonía ciudadana con el Gobierno: ¿será su oxígeno para correr los últimos metros, o la lápida que selle su fin político?