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¿Y ahora…?

Milei se quedó sin competidor con quien medirse. Cristina era el enemigo diabólico para vencer con el objetivo de sostener e incrementar la dominancia libertaria, pero ya no habrá un duelo, un clásico nuevo en la política argentina, mucho más picante que aquel que intentó promover la dicotomía Macri-Cristina.

La política de estos tiempos es tan mezquina, que más que propuestas interesantes, la mediocridad busca siempre un enemigo para ganar. Y si no es un enemigo es la generación del terror para no votar a quien se supone menos peor. Pasa en la región, pasa también en Chile. Todo tiene que ver con la profunda mediocridad cívica y política.

Esa idea de ir en contra del otro no es novedad, especialmente en aquellos modelos que se plantean populistas. En La Argentina, lo hizo Perón contra Braden en 1945, dónde comenzó una grieta insalvable entre peronismo y antiperonismo que perduró durante años y que se profundizó entre el mismo peronismo en los setenta y que se profundizó en este siglo con el extremo populista que promovió el kirchnerismo.

El predominio K siempre se sostuvo con enemigos variados, algo que fue determinante en la primera presidencia de Néstor Kirchner, quien tuvo que construir poder ya que su llegada al gobierno fue con un puñado de votos. Allí construyó demonios, desde los empresarios del campo, pasando por el Grupo Clarín y hasta enemigos invisibles inventados para el rebaño peronista, un modelo que tuvo éxito en un relato que se fue diluyendo con una realidad económica y social que fue determinante para que la sociedad, especialmente su “clase media”, los aleje del poder.

Esa realidad asfixiante fue aprovechada por una impensada oposición comandada por el ejército libertario de Javier Milei, que creando un enemigo en la izquierda populista K, no tuvo inconvenientes en ganar una elección que a priori parecía una utopía.

Pero el triunfo de Milei, casi sin partido político que lo respalde y sin mayoría en el parlamento, necesitaba fortalecer el poder, y no hay nada mejor que acumular poder rápidamente que meterse en el infierno de la grieta contra un enemigo visible.

Milei diseñó un gobierno anti-kirchnerista, con Cristina Kirchner como foco de un ida y vuelta comunicacional de alto voltaje en las redes.

Javier Milei, en su voracidad por el poder, necesita afirmar su gobernabilidad con votos clave, y en este año electoral necesita validarse especialmente en la provincia de Buenos Aires, territorio históricamente peronista en el que iba a competir Cristina, y que con el fallo judicial quedó marginada de toda candidatura.

Milei se quedó sin competidor con quien medirse. Cristina era el enemigo diabólico para vencer con el objetivo de sostener e incrementar la dominancia libertaria, pero ya no habrá un duelo, un clásico nuevo en la política argentina, mucho más picante que aquel que intentó promover la dicotomía Macri-Cristina.

Disuelto el kirchnerismo por ausencia de su jefa, y la reputación peronista por el suelo arrinconada por las denuncias de corrupción, algo que parecía natural en épocas de Menem y de los Kirchner, parecen determinar la extinción del enemigo para el líder libertario.

¿Cuál será el próximo enemigo de Milei? Tal vez la prensa, algunos representantes de la cultura, pero son instancias no determinantes. Quizás se invente a un enemigo “tibio” como Macri o algún peronista tradicional conservador, pero no son enemigos de fuste.

¿Entonces el enemigo será Milei contra Milei?

Será entonces el momento de la verdad libertaria, sin enemigos a la vista, sin demonios y sin infierno, Milei deberá enfrentar al enemigo de siempre, que es la satisfacción de la sociedad y de esa clase media ambivalente que espera resolver la seguridad y, esencialmente, el bolsillo maltrecho.

Una buena y una mala noticia para Milei. La mala es que no podrá confrontar su realidad frente al enemigo elegido, que desde mi punto de vista no tiene siquiera la chance de ser considerada mártir.
La buena es que si su modelo se impone, será por propia iniciativa y no por comparaciones caprichosas.

La historia continúa. ¿Continúa?

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