
Hace un tiempo escuché al presidente Lagos hablar de un concepto que ahora no logro encontrar en forma de cita exacta -que sería lo ideal-, pero tratándose de quien se trata, vale la idea. Decía algo así como que el que, actualmente, no nos sepamos el nombre y apellido del Comandante en Jefe del Ejército o el Almirante de la Armada es una buena señal, que indica que las instituciones han tomado su cauce, porque un país que aspira a ser respetado no anda con miedo a que salgan los “carapintada” o se haga un “ejercicio de enlace”.
No se sí entendí bien, pero el histórico “dejemos que las instituciones funcionen” de Lagos Escobar se puede traducir en que los militares trabajen en lo suyo, en sus unidades, y que la ciudadanía confíe en que nos defenderán si hiciera falta. Vamos a llamarle normalidad.
Mi dispersión habitual me trajo a la memoria este episodio de un hombre notable para un asunto completamente distinto, pero tan importante como las instituciones en un país.
Bajaba por el camino La Pirámide hacia la Ciudad Empresarial, en la comuna de Huechuraba, con la cabeza en modo Debate de Primarias, que estábamos preparando en un local ahí.
De golpe se me vino a la vista un horizonte asqueroso de smog cubriendo la zona norte de Santiago. Horrible, insalubre, angustiante incluso para alguien que no vive buscando tratamientos para todo tipo de males en redes sociales y Google.
Dejamos de hablar de smog y sigue ahí. Haciéndonos polvo la calidad de vida. Por eso me acordé de Lagos, pero al revés. Ignoramos el nombre del director y hasta la institución a cargo de la calidad el aire, y antes sabíamos hasta cuánto calzaba y era tema de sobremesa. El no-tema del smog hoy no revela la superación del problema: nos dice que terminamos normalizando algo terrible. Quizás nos superó, pese a la mejoría que, hay que ser justos, se ha conseguido.
Escribo esta columna habiéndose decretado por sexto día consecutivo “alerta ambiental” en la RM. Lo que se mide es la cantidad de material particulado fino en suspensión (PM 2,5), partículas de hasta 2.5 micrómetros, y su peligro es que tiene la capacidad de llegar hasta los alvéolos pulmonares e incluso al torrente sanguíneo. El famoso PM 2,5 en este minuto está en torno a 80 microgramos por metros cúbico y la OMS permite como límite diario 25.
Podemos hacer promedios anuales y es lo técnicamente correcto, y evidentemente podríamos traer a un experto a que nos haga toda clase de derivaciones y matices, pero la verdad es que aunque estamos muchísimo mejor que en los 90, cuando había varias días en que esa cifra tope de 25 andaba por los 300, el tema salió de la agenda.
Tenemos que volver a hablar del smog, porque hasta esa palabra las nuevas generaciones no la conocen.
No olvidemos que actualmente, y hace varios años, la Región Metropolitana es una zona saturada por MP2.5 y, que superamos los límites diarios y el promedio anual sigue muy por sobre lo recomendado por la OMS. Y que según el Informe Mundial sobre la Calidad del Aire 2024 de IQAir, seis de las quince ciudades más contaminadas de América Latina y el Caribe se encuentran en el sur de Chile: Coyhaique, Pitrufquén, Nacimiento, Victoria, Osorno y Padre de las Casas.
Podemos estar muy atentos a cosas fantásticas, como tomar más agua en el día a día; comer más sano y hacer ejercicio; saber nuestro porcentaje de grasa y mirar los sellos, pero si es verdad de que ahora nos preocupamos más de nuestra salud, y no estamos sólo atendiendo modas y tendencias de Instagram, no es razonable que aceptemos esta realidad.
¿Por qué diablos no nos rebelamos de vivir bajo esta nube negra, que produce tantos daños a la salud, y tan documentados como la satanizada azúcar o la mayo casera?