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Gonzalo Winter: kamikaze

Gonzalo Winter siempre me recordó a los militantes de la Izquierda Cristiana, el único partido en que milité. Un partido que nunca llegó a ser popular ni mucho menos mayoritario, pero que siempre sintió que estaba imbuido de una misión, de un mensaje, de una profecía que los distinguía de todos los demás.

En apariencia, la campaña de Gonzalo Winter parece tener como único objeto conseguir que más gente vote por Jeanette Jara. Tuvo la tierna iniciativa, al comienzo de su campaña, de usar corbata, pero logró luego demostrar que ni él ni su partido han madurado nada. El spot en que intentó, con la sutileza de un elefante, caricaturizar la Concertación de los noventa consiguió que todos recordaran que sin ella, o sin sus hijos —los hijos de Lagos— este gobierno y su presidente con dificultad hubiesen terminado su mandato. Una caricatura que, entre otras cosas, recordó que juventud no tiene nada que ver con creatividad y que el ethos mental del Frente Amplio sigue anclado en las angustias universitarias (de ahí la obsesión con el CAE).

Universitarios exalumnos de colegios particulares, como el propio Winter, que en casi todo, menos las complejas teorizaciones de un neomarxismo también estudiantil, podría ser el candidato de Evópoli. Por lo demás, el spot en que se presentaba como un padre feliz no hubiese avergonzado a ningún militante de la UDI (esa UDI que puso a Jovino Novoa como candidato a presidencia sabiendo que no tenían posibilidad de ganar nada mas que el voto de sus militante.)

Ni el ejercicio del poder, ni los años que pesan sobre los dirigentes del Frente Amplio parecen tener efecto a la hora de presentarse ante los electores. Actitudes que, en vez de rejuvenecerlos, los hacen ver como eso que nadie quiere ser: cantantes de la nueva ola que desafinan en sus éxitos de antaño. Pero es desconocer a Winter —y al sector que encarna en el Frente Amplio— creer que este suicidio programado (y programático) es hijo del error o del desconcierto. En ese intento por conseguir que menos gente los vote, hay la búsqueda de lo que Winter y su gente sienten que es su pérdida mayor: la de la identidad. Una identidad que nace justamente de algunas certezas ideológicas, no distintas a las de sus mayores, pero dichas con el énfasis de quien acaba de descubrirlas.

Gonzalo Winter siempre me recordó a los militantes de la Izquierda Cristiana, el único partido en que milité. Un partido que nunca llegó a ser popular ni mucho menos mayoritario, pero que siempre sintió que estaba imbuido de una misión, de un mensaje, de una profecía que los distinguía de todos los demás. La mayor parte de esos dirigentes venían de la Iglesia, o de la Democracia Cristiana, y querían hacerse perdonar ese origen amarillente intentando ser siempre un poco más radicales que el resto. Radicales y también originales, distintos, iluminados en muchos casos. Mucho de lo peor de la política chilena (pienso en el diputado Jaime Naranjo), y de lo mejor (pienso en Luis Maira), vienen justamente de esa certeza de ser parte del bien en contra del mal. Una certeza —la de su propia bondad— que consigue que quien cae en las corrupciones del mundo se corrompa dos veces más que el simple mortal que no cree que Dios está de su lado.

Winter no es, por cierto, hijo de la Iglesia y sus parroquias, aunque lo son muchos de los dirigentes del Frente Amplio, pero es difícil no ver en él un afán profético propio de los dirigentes de la Izquierda Cristiana. Quisiera parecerse más a los dirigentes del MAPU (o mejor aun de MOC—Mapu Obrero Campesino), aunque a la hora de los quiubos le falta el pragmatismo invencible de estos. Su intento por perder las primarias lo prueba: piensa que esta derrota puede ayudar a los suyos a alejar el cáliz del poder terrenal y reanudar con la vieja misión del Frente Amplio, que no es otra que acabar con la concentración de la riqueza en chile (tema de la tesis doctoral de Ricardo Lagos Escobar en los años sesenta).

Winter es suficientemente culto como para saber que lo que dice no es nada nuevo, pero no lo suficientemente sabio como para entender qué hizo que sus mayores dejaran de pronunciarlo con esa seguridad de misionero. Piensa —y sigue pensando— que los viejos simplemente se vendieron al capital foráneo y local. En cierta medida tiene razón, aunque esa explicación del mundo resulta vistosamente simplista cuando muchos de los suyos a la hora de gobernar, no se comportaron ni por asomo de modo distinto a los “vendidos”. ¿Se “regalaron” entonces Boric y compañía? No hay explicación mejor.

Un debate interno que pudiera discutir de manera descarnada alternativas como esta es, al parecer, lo que la candidatura de Winter quiere evitarse. En cierto sentido, el “seguimos” del presidente puede encarnarse completamente en la candidatura de Gonzalo Winter. Una candidatura que es un llamado —desesperado o no— a eso que no falla cuando todo lo demás falla: la voluntad de ser lo que se quiere ser, diga lo que diga el espejo.

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