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Una nueva Mata Hari

En un mundo donde la identidad suele ser binaria y estática, ella fue fluida, estratégica y ambigua. Donde otros veían fe, ella vio acceso. Donde otros predicaban lealtad, ella diseñaba mapas de vulnerabilidad.

Tengo una debilidad por los personajes que tienen historias que parecen de película, este es uno de esos. En la historia del espionaje, pocas figuras han logrado encarnar con tanta complejidad el arte del disfraz ideológico como Catherine Perez-Shakdam. Francesa, judía, musulmana, chiita, sionista, periodista, analista, ¿espía? Su trayectoria desafía las categorías tradicionales, y la convierte en una especie de Mata Hari contemporánea, solo que en lugar de danzar para generales europeos, se deslizó con soltura por los pasillos de la teocracia iraní.

Como su legendario par holandés, ejecutada en 1917, la figura de Perez-Shakdam parece sacada de una novela: se convirtió al islam, abrazó el chiismo, escribió para medios oficialistas iraníes, entrevistó a Ebrahim Raisi, conoció a Soleimani y cultivó amistades con las esposas de los altos mandos. Todo mientras tejía una red de información que, según reportes, habría sido vital para operaciones quirúrgicas del Mossad. Suena a leyenda, pero es más bien una cruda realidad de la guerra híbrida del siglo XXI.

El poder de Perez-Shakdam no estuvo en un arma ni en un transmisor oculto, sino en su capacidad de creer (o hacer creer). En su cuerpo y en su historia, se encarnó un discurso que sedujo a los guardianes de la revolución. En un mundo donde la identidad suele ser binaria y estática, ella fue fluida, estratégica y ambigua. Donde otros veían fe, ella vio acceso. Donde otros predicaban lealtad, ella diseñaba mapas de vulnerabilidad.

Y entonces, hizo lo impensable: se cubrió con un chador negro y entró en los centros de poder de la República Islámica no como enemiga, sino como creyente. Citaba al imán Jomeini con una reverencia que hacía llorar a los clérigos. Caminaba por los patios de Qom con los pies descalzos y la mirada baja. Y mientras su prosa se deslizaba en PressTV y en el mismísimo sitio del líder supremo, sus verdaderos lectores estaban en Tel Aviv, decodificando entre líneas los movimientos de quienes la rodeaban.

Las autoridades iraníes, humilladas por esta infiltración, reaccionaron como suelen hacerlo los regímenes inseguros: con censura, ejecuciones y teorías conspirativas. Pero más allá del escándalo, el caso de Perez-Shakdam revela algo inquietante: el poder de la narrativa, la performatividad de la ideología y el papel del periodismo como potencial caballo de Troya. En su figura se mezclan el poder blando y el espionaje duro, el activismo aparente y la inteligencia encubierta.

Durante años, Catherine escuchó a las esposas de los altos mandos hablar de reuniones, retiros, movimientos de tropas. Su memoria era una bóveda, su corazón un metrónomo. Cada nombre, cada horario, cada ansiedad susurrada, se transformaban más tarde en coordenadas. Cuando en junio de 2025, ataques israelíes devastaron instalaciones clave del programa nuclear iraní, no fue por azar. Fue por alguien que estuvo ahí, entre ellos, en silencio.

A diferencia de Mata Hari, que fue ejecutada más por su mito que por sus méritos, Catherine vive para contarlo. Y lo cuenta. Reivindicada hoy como sionista y columnista de medios israelíes, se presenta como una mujer que se perdió en su búsqueda de sentido y que volvió a casa más lúcida y más útil. ¿Redención o estrategia? ¿Agente encubierta o mujer desbordada por sus contradicciones?

No lo sabremos con certeza. Pero sí sabemos que en las nuevas guerras no siempre hay armas ni ejércitos. Hay ideas, emociones, géneros e identidades que se moldean como máscaras. Y en ese teatro, Catherine Perez-Shakdam fue una actriz de primer nivel. Quizá demasiado buena.

En Teherán, su nombre se ha vuelto maldición. En Tel Aviv, leyenda. La llaman “la mujer que incendió Qom sin una cerilla”. No con balas, sino con susurros. No con bombas, sino con palabras. No es fantasía. Es historia viva. Es, tal vez, la espía más peligrosa del siglo XXI.

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{title} Felipe Assadi