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Todo no vale

Lamentablemente, muchos solo buscan llegar a la meta, sin importar el camino, los codazos o a quién deban pisotear.

La esencia de la democracia es la competencia pacífica por el poder. Y claro, para eso deben existir espacios donde mostrar diferencias, propuestas y contrapuntos, con el fin de convocar y, en definitiva, sumar votos. Al final, las elecciones se ganan en las urnas y no en las redes sociales, ni en las consignas fáciles, ni en los pactos matemáticamente calculados para subsistir, mantener la vigencia o —en casos más extremos— conservar la personalidad jurídica del partido. Salvo, claro está, que el concepto de democracia se vuelva un mero recurso instrumental: funcional a intereses propios o ajenos a ella. Es ahí donde ser presidente pasa a convertirse en un asunto más venal que racional, en un botín personal.

Pero eso no importa: te inventas un partido. En Chile ya sabemos que esas aventuras proliferan. Siglas nacen y mueren con la misma rapidez con que se crean hashtags en X (Twitter). El problema no es tanto la proliferación de siglas, sino la incapacidad de darles sustancia, coherencia y dirección. Porque una cosa es fundar un partido, y otra muy distinta es darle conducción real, incluso, cuando todo te es favorable; pues va más allá de tener peones en redes sociales. Y el timón, seamos francos, ya les quedó grande.

A pesar de que muchos desconfiaban, el país logró salvarse del primer proceso constituyente, aunque fuera para fracasar en el segundo (¡plop!, diría Condorito). Algo que no deja de ser irónico: de un extremo al otro, y en ambos casos con la democracia utilizada como puesta en escena para intereses partidistas y personales. Pero lo cierto es que ningún extremo es bueno: ninguno logró convocar más allá de su propia trinchera.

Incluso en el todo vale, hay reglas.

El problema, al final, es que la disputa electoral legítima por ganar se está moviendo a una arena equivocada. Donde las propuestas pasan a ser anécdotas, los principios meros condimentos y la política un espectáculo cada vez más parecido a un reality. No importa tanto lo que se dice, sino cómo se dice. No importa tanto si se cumple, sino si genera titulares (ya embaucaron a varios con una nueva Constitución y la condonación del CAE)… Ni importa el plan, sino mostrar que tienes mil planes. Así, el votante se convierte en consumidor de promesas, y la democracia en un mercado saturado de ofertas que luego nadie respeta, porque en este mercado —o los que lo quieren transformar en tal— no hay SERNAC donde reclamar.

Lamentablemente, muchos solo buscan llegar a la meta, sin importar el camino, los codazos o a quién deban pisotear.

Porque cuando todo vale, nada vale.

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