Secciones
Opinión

Gaza y el costo de hablar o callar

La música ya ha demostrado antes su capacidad de influir. Las protestas contra Vietnam, el movimiento anti-apartheid o las denuncias contra las dictaduras latinoamericanas encontraron en los escenarios una caja de resonancia global. No cambiaron la historia, pero ayudaron a crear el clima cultural que permitió esos cambios.

No es solo una matanza insoportable. La tragedia humanitaria de Gaza también ha reabierto un viejo debate en el mundo de la cultura -y de la música en particular-: ¿cuál es el rol de los artistas ante una crisis de esta magnitud? ¿Tienen derecho a la neutralidad o el silencio es complicidad? ¿Influye realmente su postura en la opinión pública? ¿Cuándo es el momento oportuno para reaccionar?

En tiempos en que la indignación se mide como trending topic, cada segundo de silencio se magnifica y se interpreta. Por eso, la discusión se ha intensificado en las últimas semanas con figuras clave del pop y el rock en la mira.

La reciente declaración de U2 sobre Gaza, publicada en redes el 10 de agosto, avivó la polémica. No se trata de una banda cualquiera: Bono y compañía hicieron durante décadas de la causa humanitaria parte de su marca artística. Pero esta reacción, llegada 22 meses después del inicio del conflicto, fue leída como tardía y calculada, lejos del ímpetu que caracterizó su pasado. Radiohead recibió un escrutinio similar en mayo, cuando difundió su propio comunicado: Thom Yorke, implacable frente al cambio climático o el Brexit, adoptó aquí un tono prudente que muchos interpretaron como liviano. En la era digital, la tibieza y la demora también se leen como complicidad.

Los artistas con pasado combativo son observados con lupa. Bob Dylan fue la voz de los derechos civiles en los 60, pero abandonó el activismo cuando la militancia se volvió exigencia. Roger Waters, en cambio, ha hecho de la defensa de Palestina un eje central, pagando con vetos, cancelaciones y acusaciones de antisemitismo. Bruce Springsteen parece elegir sus batallas y hoy enfoca sus críticas en la política interna de EE. UU., mientras Coldplay recurre a gestos simbólicos -como invitar a músicos palestinos- sin pronunciarse directamente sobre el conflicto.

Pearl Jam guarda silencio, pese a que en 2014 Eddie Vedder lanzó una diatriba contra el gobierno israelí que luego debió matizar en un comunicado. The Rolling Stones, por su parte, siguen en gira sin pronunciarse.

Cat Stevens (hoy Yusuf Islam) ha hecho llamados abiertos al cese de la violencia, convirtiendo su Instagram en un crudo registro de la matanza. En el otro extremo, figuras como Madonna optan por declaraciones genéricas del tipo “que llegue la paz”, que sus fans ven como diplomacia y sus detractores como evasión.

El contraste lo marcan artistas más contemporáneos. Macklemore lanzó este año una canción de apoyo explícito a Palestina que le valió boicots, pero lo consolidó como referente para los jóvenes. El dúo londinense Bob Vylan aprovechó su paso por Glastonbury para condenar la ofensiva israelí. Annie Lennox, Brian Eno, Massive Attack, Tom Morello y el colectivo Artists4Ceasefire han firmado manifiestos y boicots culturales bajo la consigna “Free Palestine”.

Hablar tiene costos: Waters ha visto giras canceladas; la palestina Rasha Nahas ha denunciado censura en festivales europeos; artistas israelíes críticos con su gobierno sufren amenazas y aislamiento en su país. El precio no es solo económico: en la era de la polarización, toda postura provoca un contraataque inmediato.

La música ya ha demostrado antes su capacidad de influir. Las protestas contra Vietnam, el movimiento anti-apartheid o las denuncias contra las dictaduras latinoamericanas encontraron en los escenarios una caja de resonancia global. No cambiaron la historia, pero ayudaron a crear el clima cultural que permitió esos cambios.

La presión pública por Gaza no es un capricho: la neutralidad es cada vez más insostenible y las imágenes que vemos a diario impiden el confort de la distancia o el cinismo del “conflicto ajeno”. Las figuras culturales con plataformas globales pueden amplificar causas y cuestionar poderes que pocos se atreven a interpelar. Una condena tardía puede sonar más a cálculo de reputación que a compromiso moral. Y el debate ya no es solo qué dicen los músicos, sino cuándo, con qué fuerza y con cuánta claridad lo dicen.

Notas relacionadas








Vuélveme a querer

Vuélveme a querer

El extraño caso de Cristian Castro es, finalmente, el de un artista que perdió el centro, vagó por los bordes y regresó sin pedir permiso. No volvió a través de un hit nuevo ni de una estrategia de marketing: lo hizo mediante algo más simple y más raro -una autenticidad torpe, luminosa e irresistible, respaldada por una carrera que, vista desde hoy, nunca dejó de importar.

Foto del Columnista Mauricio Jürgensen Mauricio Jürgensen