El paradigma fundamental de los negocios ha cambiado para siempre. Durante décadas, las empresas compitieron por recursos tangibles como materias primas, talento y capital. Hoy, el bien más escaso es intangible: la atención humana. Esta transformación representa un cambio tan radical como la transición de la economía agrícola a la industrial.
Herbert Simon, Nobel de Economía en 1978 y pionero en inteligencia artificial, anticipó esta realidad hace más de medio siglo cuando advirtió sobre “la escasez de lo que sea que la información consume. Y lo que consume la información es bastante obvio: la atención de quienes la reciben”.
Su visión resultó profética. Habitamos un mundo en el cual la información se multiplica exponencialmente, pero nuestra capacidad de procesarla es limitada. Los teléfonos contienen más conocimiento que las grandes bibliotecas del pasado; sin embargo, tener acceso a toda esa información no significa que podamos absorberla.
Las cinco empresas más valiosas del mundo revelan esta nueva realidad. Apple, Microsoft, Amazon, Google y Meta comparten una característica fundamental: aunque algunas fabrican productos físicos, su verdadero valor proviene de atraer y comercializar la atención humana. Google supera en valor de mercado a General Electric, un conglomerado centenario que construyó turbinas y locomotoras. La razón es simple: domina nuestro consumo diario de información.
En esta nueva economía, cualquier obstáculo entre el usuario y el contenido resulta letal. Cuando algo requiere esfuerzo cognitivo adicional como ajustes complejos, instalaciones tediosas o tiempos de espera, las personas buscan alternativas más simples. Apple transformó la industria tecnológica eliminando estas barreras de uso. Sus productos llegan preparados para funcionar, sin configuraciones intimidantes ni manuales indescifrables. Creó productos superiores al hacer invisible la complejidad.
Netflix estudió por qué las personas abandonaban series después del primer episodio, mientras veían temporadas enteras de otras. Todo dependía de qué tan rápido lograban crear conexión emocional. Si no capturan el interés en los primeros minutos, los espectadores migran hacia otro contenido.
Spotify descubrió que las personas omitían canciones no por preferencias musicales, sino por timing inadecuado. Una misma melodía puede molestarnos a las 8:00 a.m. y resultar perfecta a las 8:00 p.m. Por eso la empresa desarrolló listas para cada momento y estado de ánimo, entendiendo que el contexto temporal determina nuestra disposición hacia cierta música.
Quienes controlan hacia dónde dirigimos nuestra atención han adquirido un poder inédito. Meta decide qué vemos en nuestros feeds sociales, Amazon determina qué productos aparecen primero cuando compramos, Spotify establece qué música acompaña nuestras actividades diarias. Esta influencia opera de manera sutil pero constante, orientando nuestras decisiones sin que seamos conscientes del proceso.
El diseño de estas plataformas explota sistemáticamente nuestras vulnerabilidades psicológicas. Los colores, sonidos y patrones de notificación están calibrados para generar respuestas automáticas. TikTok perfeccionó videos de duración precisa que nos mantienen atrapados en el ciclo de “solo uno más”. Instagram introdujo el scroll infinito, un mecanismo que minimizar las pausas naturales en las que podríamos detenernos y preguntarnos si queremos seguir navegando.
En una era de opciones infinitas, lo que vemos y escuchamos se ha vuelto menos libre que nunca.