Rafael Gumucio escribió sobre los fascinantes años de Roberto Matta en Nueva York y Ariel Florencia Richards acerca de la vida y obra de su hijo mayor, Gordon Matta-Clark.
Ambos libros se complementan y nos ayudan a entender a estos dos grandes del arte. Cada Matta hizo lo suyo. Y cada autor lo hizo a su manera.
Partamos con el narrador. En Gordon Matta-Clark. Contra viejas superficies, Richards utiliza la voz de Ella. En tercera persona va narrando su experiencia al sumergirse en los archivos del Centro para Estudios de la Arquitectura en Montreal. Escudriñando los tesoros del CP138 –la colección de documentos que legó Jane Crawford, la viuda de Matta-Clark- descubre al artista, su vida, sus miedos y los impulsos detrás de su obra.
Cada detalle, desde un mechón de pelo, pasando por una cuenta de un restaurant, hasta llegar a puñados de palabras que son un poema, se toca con la sensibilidad del desentierro. Al final, hasta la muerte adquiere vida.
En el El Vértigo de Eros. Roberto Matta en Nueva York, 1939-1948, Gumucio explora los fascinantes y desconocidos años del pintor en esa vibrante ciudad. Vemos al artista, su obra y su entorno a través de los ojos del narrador. Si al comienzo sorprenden las impresiones y vivencias personales del propio autor en Nueva York, ese juego termina dándole vida y magia al libro. La relación de Matta con Breton y con los grandes artistas y galeristas de la época, corren bajo la mirada atenta de Gumucio. Su rápida y aguda pluma nos ayuda a imaginar ese torbellino que era Matta. Y a leer con otra mirada sus cuadros más emblemáticos. Así vemos como Matta, el revoltoso, se pasea por Nueva York como Juan por su casa. El libro se lee de un tirón.
El riguroso y ágil trabajo de investigación de Richards se retroalimenta con la original y cautivadora narración de Gumucio. Ambos textos, con sus estelas autobiográficas y personales, logran acercarnos al ser humano detrás del artista. Y al artista detrás del padre y su hijo.
Los famosos “cuts” de Matta-Clark tienen varias lecturas e interpretaciones. Si Roberto Matta pulía el espacio morfológico, el hijo abría espacios en tres dimensiones. El destacado crítico del arte Justo Pastor Mellado fue pionero explorando esa extraña relación. Y como lo dijo en la conversación después del seminario Genios chilenos: Gordon Matta-Clark en el CEP, tanto Gumucio como Richards logran que “el hijo salve al padre”. A regañadientes Roberto Matta, que tuvo cinco esposas y seis hijos, aceptó ser padre con Anne Clark, su primera esposa.
Nacieron John Sebastian (Batán) y Gordon con cinco minutos de diferencia. Para el padre los mellizos eran Pisco y Gordon. Y los abandonó dejando una foto. Vivieron y se criaron con su madre. De niños, estuvieron en Chile con la familia de Matta. Incluso se bautizaron en la Parroquia de la Veracruz (1945), el mismo lugar donde se lanzó el libro de Richards (2025).
Si Matta estudió arquitectura en la Universidad Católica, Gordon Matta-Clark también lo hizo, pero en la Universidad Cornell, Nueva York (1963-1968). Como universitario, tuvo un accidente. Tomó el volante de regreso de un carrete en Nueva York, se quedó dormido y chocaron con un camión que venía por la pista contraria. Un compañero murió. La tragedia acechaba.
Mientras su hermano Batán lo esperaba en su departamento, Gordon fue a comprar. A su regreso, varios curiosos se agolpaban frente a su edificio. Al abrirse paso entre la multitud, vio a Batán sobre el pavimento. Se había lanzado del octavo piso. Después de ese desgarrador momento, todo cambió. El atractivo “anarchitect” falleció poco después, a los 35 años, de un cáncer al páncreas. Lo había abandonado su padre y Batán, su inseparable mellizo.
En 1971 Roberto Matta vino a Chile a trabajar con las brigadas de Ramona Parra. Inmediatamente después vino su hijo invitado por el director del Museo de Bellas Artes, Nemesio Antúnez, amigo y compañero de curso de su padre. No sabíamos mucho de ese viaje de Gordon Matta-Clark a Chile. Tampoco sobre lo que hizo en el museo. Richards quería saber sobre ese pionero “cut”. Encontró, de la mano de Gumucio, lo que buscaba y mucho más.