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Nobel de la Paz… ¿O no?

El galardón dado hace pocas horas a María Corina Machado, la eterna opositora de Nicolás Maduro en Venezuela, retoma el mensaje de mostrar el valor del genuino camino democrático

De un tiempo a esta parte, el Premio Nobel de la Paz se ha convertido en un acto que, a veces, llama a pensar qué es lo que realmente se está premiando. El nombre del premio sugiere galardonar a una o más personas que hayan tenido, no sólo hitos específicos asociados a la hermandad, la solidaridad, o la voluntad de ayudar a otros, sino especialmente a personas que tengan una trayectoria comprobada de apoyar encuentros y reencuentros; calidad y capacidad para construir caminos antes que precipicios, evitando recurrir al uso del poder, para someter a unos en beneficioso de otros.

La diferencia con los otros premios Nobel, en este caso, es mayúscula. La calidad de un escritor o poeta que recibe el Premio Nobel de Literatura podrá tener más o menos conocidos, pero su obra tiende a ser percibida de norte a sur y de este a oeste como algo sólido, tangible e inspiradora. Sin generarse grandes discrepancias al respecto.

Lo mismo en los premios Nobel de ciencias (Física, Química y Medicina) que están asociados a descubrimientos y prácticas que rompen la inercia por todos conocida, incorporando ideas novedosas de beneficio humano, nuevos productos y prácticas que mejoran la salud de la gente, generando un sentimiento de esperanza vivificante, ahí donde sólo había rutina y espera de un desenlace trágico.

El Premio Nobel de la Paz genera una reacción totalmente distinta. Porque hay que lidiar con galardonados o candidatos que han sido todo lo contrario de la paz. Hitler, Mussolini y Stalin fueron nominados para el Premio Nobel de la Paz, afortunadamente sin ganarlo. Sin embargo, personas que fueron más conocidas por sus ideas bélicas y privadoras de la paz recibieron la medalla y el estimulante monto de 830 mil euros, esto es, cerca de 913 millones de pesos chilenos.

Henry Kissinger recibió el Nobel junto a Le Duc Tho, en 1973, por los intentos de poner fin a la guerra de Vietnam. El líder vietnamita rehusó ir a Oslo a recibir su premio, declarando que Estados Unidos insistía en romper el alto al fuego. Ese mismo año, Kissinger fue fundamental en el apoyo que EEUU dio al golpe militar en Chile.

También causó todo tipo de comentarios el Premio Nobel de la Paz de 1994 a tres personajes de una guerra prolongada hasta hoy: Yasser Arafat, lider de la Organización para la Liberación de Palestina; Simon Peres, ministro de RREE de Israel y Isaac Rubin, Primer Ministro de Israel, donde todo lo que se comprometió entonces, rápidamente quedó en fojas cero.

Una de las personas con más asociación a la “no violencia” y la paz, Mahatma Ghandi, líder de la India durante la colonización británica, fue nominado cinco veces al Premio Nobel de la Paz y nunca obtuvo los votos del Comité Noruego, que es la entidad que lo entrega.

No se trata de disminuir el valor que tiene un galardón sobre un tema esencial en la civilización humana. Sino aquilatarlo como lo que ha representado, cuando se trata de situaciones de guerra: un potencial impulso en la dirección correcta, que puede tener intención y entusiasmo, pero a poco andar vuelve a su inercia bélica, después de los aplausos por el oneroso premio.

En ese sentido, el galardón dado hace pocas horas a María Corina Machado, la eterna opositora de Nicolás Maduro en Venezuela, retoma el mensaje de mostrar -a través del Premio Nobel de la Paz- el valor del genuino camino democrático, identificado con la lucha civil en las calles y en las urnas contra la voluntad autoritaria, centrada en el control del poder por la fuerza.

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