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Lo esperaban para almorzar

En pleno 2025, seguimos llorando a un niño al que el Estado no protegió. Un niño que no le importó al Gobierno, ni a su flamante -y tan publicitado- Ministerio de Seguridad Pública.

Y no fue así.

Y lamentablemente, ni para él… ni para miles de niños más.

Quizás esta sea una de las cosas más desgarradoras que uno pueda escribir -como comentarista, como ciudadano, como ser humano-, ajeno al dolor que hoy inunda a los familiares de Esteban. Pero su muerte no puede, no debe, ser indiferente a nadie.

Esteban no llegó a almorzar.

Y en esa simple frase cabe todo: el horror, la impotencia y la indiferencia de un país que parece haberse acostumbrado a que los niños mueran sin explicación, sin justicia y sin respuesta. En pleno 2025, seguimos llorando a un niño al que el Estado no protegió. Un niño que no le importó al Gobierno, ni a su flamante -y tan publicitado- Ministerio de Seguridad Pública.

Mientras sus padres lo esperaban en la mesa, la vida se detuvo. Y con ellos, también se detuvo una parte de la nuestra. Porque lo que debía ser una comida familiar se convirtió en el espejo más crudo de lo que somos: una sociedad descompuesta, que se indigna un rato, comenta en redes, y luego sigue con su vida como si nada.

Ya no se trata solo de seguridad o de políticas públicas. Se trata de humanidad.

De un país que perdió la capacidad de conmoverse antes de que el dolor toque la puerta. De un Estado que ha confundido la prudencia con la pasividad, y la autoridad con la complicidad del silencio.

Y cuando ese dolor llega -como hoy-, ya es tarde.

Los padres de Esteban seguirán esperándolo para comer. Y nosotros, los demás, tenemos la obligación de mirar, de reaccionar, de cuidarnos entre nosotros.

Porque cuando la ideología impide a un Gobierno ejercer la fuerza socialmente organizada, esa que sostiene el orden y la paz de cualquier Estado de Derecho, lo que queda es vacío, desprotección y miedo.

Y mientras ese miedo se instala en las calles, en los hogares y en las mesas vacías, un país entero se apaga lentamente.

(Perdón por usar el nombre propio de una víctima. Solo busco que su historia no se olvide.)

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