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Qué linda que está la Argentina

Así es, está linda. Y no por la calma ni por la previsibilidad, sino por esa energía política que parece renacer cuando todo parece agotado. El triunfo de Javier Milei, contundente y sorpresivo para algunos, marca un punto de inflexión que trasciende su figura: la sociedad argentina decidió no seguir esperando. Eligió moverse, arriesgar, probar otro camino.

Así es, está linda. Y no por la calma ni por la previsibilidad, sino por esa energía política que parece renacer cuando todo parece agotado. El triunfo de Javier Milei, contundente y sorpresivo para algunos, marca un punto de inflexión que trasciende su figura: la sociedad argentina decidió no seguir esperando. Eligió moverse, arriesgar, probar otro camino.

Después de años de crisis, inflación y frustración acumulada, “el Loco” supo canalizar algo más profundo que el enojo: la intuición de que el país podía volver a tener horizonte. Su victoria no fue un accidente (aunque parecía serlo en un comienzo), sino la consecuencia de una coherencia sostenida. Lo que en 2023 parecía una explosión antisistema hoy se transformó en un proyecto de gobierno que logró consolidar respaldo político, votos y presencia parlamentaria. En un país acostumbrado a las crisis, Milei representa para millones la posibilidad de un orden nuevo.

Pero también simboliza el cierre de una era. El kirchnerismo, que durante dos décadas moldeó la política argentina con una mezcla de épica, subsidios y confrontación, retrocede hacia los márgenes. Sus cuadros se deshilachan, sus leales se dispersan, y Cristina Fernández de Kirchner, la figura central de ese ciclo, observa el cambio desde su presidio político y judicial, convertida en testigo de su propio ocaso. Lo que alguna vez fue un movimiento de masas hoy parece un eco distante frente a una ciudadanía que eligió dar vuelta la página.

Ahora la historia empieza de verdad. Gobernar desde el centro del poder será distinto a hacerlo desde la periferia del descontento. Si Milei logra pasar del gesto a la gestión, del diagnóstico al resultado, podría abrir un ciclo político inédito en América Latina: uno donde la energía libertaria se traduzca en eficiencia, transparencia y crecimiento real. Esa es su oportunidad.

El desafío será monumental. El ajuste requiere pulso técnico y sensibilidad social; la reducción del Estado, inteligencia y gradualidad. Gobernar con la intensidad de un outsider en un sistema institucional complejo puede ser virtuoso o destructivo. La diferencia la marcará la prudencia. El mandatario debe entender que la legitimidad no se hereda, sino que se renueva día a día, podrá transformar la furia en confianza y la ruptura en reforma.

Su fortaleza hoy es doble: tiene la adhesión popular y una narrativa de cambio. Ahora toca usarlas con visión y sentido de propósito, podrá convertir su victoria en una refundación republicana basada en responsabilidad fiscal, competencia y libertad. Porque si confunde el mandato de cambio con un cheque en blanco, corre el riesgo de aislarse, de perder la épica que lo llevó al poder.

La Argentina está linda porque se atrevió a mover el tablero, a no resignarse. Lo que sigue dependerá de si su presidente puede combinar la audacia con el cuidado, la ruptura con la construcción. De lograrlo, el país que tantas veces fue metáfora del fracaso podría volver a ser ejemplo de renacimiento. Milei tiene en sus manos algo que pocos líderes latinoamericanos alcanzan: una segunda oportunidad para un país entero. Lo importante será no confundir la euforia con el destino.

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