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En “La B”

Sería fatal no reparar en la lamentable condición en la que está nuestro Estado, el aglutinador social y organizador de las normas, el que permite o impide que un país funcione y progrese (…) Seguir gobernados por la cuña y el slogan, y despreciar la gestión, sólo nos ha hecho retroceder.

Nada más chaquetero, aspiracional y rasca que esa frase “Sólo en Chile pasan estas cosas”. Siempre dicha en voz alta, como queriendo demostrar que en los frecuentes viajes al primer mundo no hay que pasar situaciones desagradables. Molesta, porque en Chile, todavía, pasan muchas cosas que otros países se las quisieran para un domingo. Desde la institucionalidad a los impresionantes indicadores sociales. Somos -o fuimos- caso de estudio de cómo salió gente de la pobreza, a fuerza de acuerdos, reglas claras y exigencia de su cumplimiento.

Claro que descartando la idea de que este es un país de porquería, sería fatal no reparar en la lamentable condición en la que está nuestro Estado, el aglutinador social y organizador de las normas: el que permite o impide que un país funcione y progrese. Eso es peligroso, porque resbalar por la pendiente puede perfectamente ponernos en la B que tantos años nos cobijó. Seguir gobernados por la cuña y el slogan, y despreciar la gestión, sólo nos ha hecho retroceder.

La lista de problemas es larga, pero sobre todo, cotidiana. Yo manejo sin licencia al día porque no hay cómo conseguir que las instituciones del Estado den horas a tiempo para poder renovar; acabamos de ver el fin, en primera instancia, de un juicio de alto perfil público que partió hace 11 años y terminó en nada; las listas de espera mantienen a millones de chilenos angustiados porque los hospitales no atienden y a veces manejan sus listas de espera en un block fiscal (no es exageración), en vez de una coordinación en línea; las tarifas eléctricas están mal calculadas o mal cobradas, pero tampoco lo podemos afirmar, porque parece que el cálculo errado no se alcanzó a cobrar, entonces no hay mucho que devolver (cantinflesco); la Contralora acusa permisos estatales atrasados por 800 días, a la espera de inversiones que podrían alejar el desempleo de los dos dígitos; la ley de Salas Cunas lleva años en discusión y entrampada en minucias, pese a que parece ser la madre del cordero para la participación laboral de las mujeres y, para coronar todo, hace unos días 218 cursos de 8vo básico no pudieron rendir el SIMCE porque no llegaron los examinadores.

¡No llegaron los examinadores! El ministerio explicó que era responsabilidad de una empresa externa que habían contratado.

Por mientras, escuchamos peleas repetidas en debates de candidatos que no ponen en el centro la urgencia de dotar al Estado de capacidades. Hoy no da el ancho. Si fuera una empresa no sólo no sería competitiva, sino que se quedaría sin clientes, sin ventas y sin ingresos. Se salva sólo porque tiene ingresos asegurados sin importar la calidad del servicio que presta.

El problema de este Estado, que ya no se moderniza al ritmo que lo hizo en lo 90, con el SII o el Registro Civil como símbolos, es que puede perder afecto ciudadano, y hacer que aparezcan los ingeniosos a decir que no hay que pagar impuestos o que el Estado “es el ladrón más grande del mundo”, como dijo Milei en su momento. Así es como surgen los autócratas, los que se ríen de la ley y los derechos. Un Estado fuera de forma es caldo de cultivo para los populistas de derecha que suelen hablar de cortar grasa, como si el problema fuera siempre cuantitativo.

Y desde la izquierda llama la atención la falta de afecto e interés con que tratan al Estado. ¿No son partidarios de uno fuerte y presente? ¿Qué entienden por fuerte? Prefieren proteger a grupos de interés de algunas asociaciones que capturan el Estado -siempre a nombre de la “estabilidad laboral”- en vez de desvelarse haciendo del aparato público un relojito que garantice equidad y participación de los postergados.

Al final, todo es puro discurso. Seguirán los serios haciendo su trabajo, los frescos apernados y sacando la vuelta y los gobiernos poniendo a los amigos en un Estado que paga muy bien pero que siempre se queda corto con el presupuesto.

Sólo me queda esperar que el próximo gobierno me tape la boca. ¡Ojalá!

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2030

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Foto del Columnista Guillermo Bilancio Guillermo Bilancio