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Parisi y los votos nulos

Parisi entendió que su fuerza no está en los votos que ganan una elección, sino en los que puede agrupar antes de que empiece. En ese público que lo sigue más por desafección que por convicción, y que encuentra en él un canal sin costos: ni ideológicos ni institucionales.

Parece cada vez más evidente la estrategia: el ex candidato está preparando su próxima PYME electoral. Y, si le resulta, pretende instalarse como el “propietario” del electorado que, de manera legítima, optará por votar nulo o blanco. Ese electorado que no quiere alinearse con ningún polo, que rechaza los extremos y que, en este ciclo, simplemente no desea manifestar opción.

Ese territorio -el del desencanto, el voto sin domicilio político, el ciudadano que no se siente interpelado por ninguna de las dos alternativas- es el espacio que Parisi intenta ocupar. Sabe que ahí hay un caudal disponible, difícil de captar para los partidos tradicionales y demasiado volátil para las coaliciones en competencia. Un voto que no construye mayoría, pero sí musculatura digital, visibilidad y, sobre todo, una audiencia fiel para su modelo de negocio político.

Lo que busca no es menor: convertir el voto nulo en un activo personal, en un capital trasladable a futuras aventuras electorales. Parisi entendió que su fuerza no está en los votos que ganan una elección, sino en los que puede agrupar antes de que empiece. En ese público que lo sigue más por desafección que por convicción, y que encuentra en él un canal sin costos: ni ideológicos ni institucionales. Es un aprovechamiento perfecto del modelo, porque en toda elección polarizada -y con voto obligatorio- el caudal de votos nulos crece. Pero eso no significa, en absoluto, que quienes votan nulo estén votando “por él”.

Y ahí está el punto central: su proyecto no seduce desde un programa, sino desde la promesa de representar a quienes no quieren que nadie los represente. El voto nulo como refugio y, al mismo tiempo, como plataforma. El rechazo como identidad política. Una especie de franquicia del desencanto.

Si le funciona en términos comunicacionales, no será solo un signo de esta elección, sino de las que vienen. Porque apropiarse del voto que niega la oferta política es, en términos prácticos, capturar la antesala del próximo malestar o de la siguiente elección.

Pero también hay un límite: Parisi necesita demostrar que puede mantener algo más que seguidores digitales. Su propio partido ya vivió una implosión legislativa, quedándose sin bancada a mitad de camino, y su más reciente incorporación -Pamela Jiles- es, por decir lo menos, un activo volátil. Es difícil capitalizar el descontento cuando ni siquiera se logra ordenar la casa.

Y aun así, en esa frontera donde conviven el desencanto y la oportunidad, Parisi ya montó el negocio… solo queda esperar que en cuatro años los números no cuadren. Porque apoyar el emprendimiento está bien, pero nadie debería lucrar con la usurpación de una manifestación legítima: la decisión consciente de optar o anular.

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