Justo siete días después de que Mario Marcel dejara el Ministerio de Hacienda quedamos de ir por un café. La idea era, simplemente, conversar. Sin apuro. Algo poco usual para quien estuvo a cargo de la billetera fiscal por casi tres años y medio.
A diferencia de otras veces, no hubo un listado de materias, ni temas vedados. Quedamos a las 10.30 de la mañana en el encantador café C’est si Bon, en el Drugstore. Llegué unos minutos tarde y él ya estaba ahí, sentado -sin ninguna de sus llamativas corbatas-, relajado, con un jugo de naranja en la mesa.
No tenía otra reunión después. Atrás quedaban los días ajetreados, con un sinfín de problemas que debió enfrentar durante el tiempo que ejerció el cargo que lo volvió cercano al presidente Gabriel Boric, con quien hablaba todos los días y se reunía con bastante periodicidad.
Se le veía incluso aliviado, después los roces inevitables, los autogoles que debió contener, y la convivencia con un lote mucho más joven y con bastante menos experiencia.
Apenas me senté en el café, me contó que había comenzado a rearmar su vida. Arrendó una oficina en el corazón de Providencia, a pasos de su departamento, tras mirar varias alternativas. Escogió cada mueble en Ikea, con mucho cuidado. El más importante: un escritorio como los que se usan en el Banco Mundial -donde trabajó hace algunos años- que sube y baja, para poder trabajar tanto de pie como sentado.
Decidió, definitivamente, instalarse en Chile. No quiere vivir fuera. Menos en Estados Unidos, por razones que cualquiera puede intuir con el clima político de ese país, y porque él viene saliendo de un gobierno de izquierda. Además, sus afectos lo amarran aquí: su compromiso con Carolina Tohá y su hijo de 16 años, con el que vive y a quien quiere dedicarle mucho más tiempo. La idea es estar más presente, porque “era lo que él necesitaba”, dijo emocionado en su despedida en Hacienda. Mario Marcel es un hombre que se emociona rápido, y que llora más de lo que uno tradicionalmente podría esperar de una persona ligada a los números.
Watching the wheels refleja muy bien a Marcel después de Marcel. Es la canción que John Lennon escribió para responder a todos aquellos que se preguntaban por qué, en un momento, el ex Beatles decidió alejarse de la escena musical. Tuvo que ver con su plan de abandonar su agitada rutina para estar con su familia. Él la trae a colación como espejo de su propio momento: se está dando tiempo para explorar, priorizar y asumir compromisos sin recargarse más de lo necesario y dándose más espacio puertas adentro.
De lo que está convencido es de que no quiere repetir lo de 2006. Cuando dejó la Dirección de Presupuestos y, rápidamente, se llenó de proyectos: la Comisión Marcel sobre pensiones, su propia consultora, clases en la universidad, dos directorios y un trabajo en Cieplan. Fue demasiado y eso le pasó la cuenta.
Esta vez, después de diez presupuestos en los hombros, quiere hacer las cosas con calma y decidir bien. De hecho, lo que más lo motiva hoy es escribir un libro: una crónica en primera persona de la crisis económica que atravesó Chile entre el estallido social y la pandemia. No piensa en un texto duro, sino en entremezclar el relato íntimo con las decisiones que se tomaron en esos años, en las que él jugó un rol clave. Un par de universidades ya lo han contactado para apoyarlo en esa cruzada. Tal vez sume uno o dos directorios, pero el libro es lo que realmente lo entusiasma.
En su cronograma, está la idea de hacer asesorías, pero no para Chile. Solo para instituciones internacionales, que ya lo han sondeado. Así, pretende evitar especulaciones o eventuales acusaciones de conflictos de interés, tras su paso por el gobierno.
Además, planea viajar pronto. Ahora tiene tiempo para eso: en los próximos días volará a Barcelona a visitar a otro de sus hijos, que hace dos años estudia Cine en esa ciudad, donde nació su madre y en la que -me dice- viviría feliz. Es tanto su entusiasmo, que aprovecho de contarle que me pasé una buena temporada estudiando allá. Así es que aprovechamos para cruzar datos, intercambiar imperdibles, recordar calles y rincones.
Mientras come unas tostadas con palta, recuerda que para el primer aniversario del gobierno lo entrevistaron en Radio Cataluña. Las preguntas fueron en catalán, idioma que entiende perfectamente, aunque no lo habla; respondió en español, con total naturalidad.
En esa hora y media de conversación, al menos tres personas se le acercan a saludarlo, con genuina admiración: le desean ánimo y suerte, aunque sobre todo le agradecen por su paso por el gobierno. Y aunque está lejos de la contingencia, el bichito no se le va. Durante los últimos días, llamó a Ignacio Briones -encargado Económico de la candidata Evelyn Matthei-, para discutir lo que está proponiendo en términos de empleo para el país.
Cree que varias candidaturas no han sopesado lo suficiente el problema demográfico que está experimentado Chile para hacer sus ofertas laborales. “Las promesas se cobran”, dice Marcel, quien sigue al dedillo el debate abierto por Lautaro Carmona, quien criticó duramente su gestión por el olvido de las necesidades sociales (y básicamente su forma de ser), tema que se ha mantenido en agenda, pese a que dice que el presidente del PC nunca abrió una discusión al respecto mientras se sentaron en la misma mesa del comité político ampliado.
Él agradece no estar metido en la chimuchina, esa “hojarasca” de la que hablaba Ricardo Lagos. De hecho, parte importante de por qué dejó Hacienda, además de sus razones familiares, es que se cansó de contener, y de frenar las zancadillas de los propios, algo que experimenta con tanta fuerza hoy la candidatura de Jeannette Jara. No se niega a conversar con ella, a quien aprecia por el trabajo conjunto en la reforma previsional, pero está lejos de querer protagonismo en su campaña. No se siente cómodo en esas batallas internas ni con buena parte de los planteamientos que ahí circulan.
Sobre las críticas del mundo privado, Marcel las mira con distancia. Repite que sabe de dónde vienen, que hay empresarios de todo tipo, y acusa bastante desconocimiento técnico entre los que vociferan por los medios. Entre las explicaciones que da, recuerda que durante todo este período Chile no perdió clasificación de riesgo país y que incluso alcanzó mínimos históricos en términos de gasto público, aún cuando en el sector privado haya decepción por las expectativas que pusieron en su gestión: consideran que la deuda creció demasiado y que se descuidaron las arcas fiscales. Él comenta en su círculo íntimo que afuera, nadie habla de caos ni de debacle fiscal, y eso lo deja tranquilo.
En su balance personal, dos temas son centrales. La condonación del CAE: el gobierno había prometido una medida que podía costar algo así como 11 mil millones de dólares y lo que se implementó fue un mecanismo alternativo, cuestionado, sí, pero que no debilita las finanzas públicas y que incluso proyecta ahorros futuros, me insiste. Y la reforma previsional, donde cree que lograron mejorar las pensiones actuales sin poner en riesgo la sostenibilidad fiscal.
Por ahora, no se imagina siendo profesor en alguna universidad. Las clases son demasiado demandantes de tiempo, y él quiere primero definir bien su agenda. Eso sí, todo en clave de calma. Porque hoy está en un momento extraño: cerrando un ciclo intenso y agotador, y abriendo otro que todavía se dibuja difuso. Disfruta caminar por la calle sin la mochila del Ministerio, compartir con su hijo y pensar qué hacer sin apuro. Y ojo, está fuera del gobierno, pero no fuera de la conversación.