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Eduardo Artés, candidato presidencial de la izquierda a la izquierda de la izquierda: “A mí nunca me pasó nada… Porque era rubio”

Es su tercera candidatura. Pero, dice, jamás ha ganado plata con ellas. Aquí Artés se refiere a lo difícil que es para él tener prensa, a su vida política y a la vida más allá de la política.

“Atención, atención… Voy a anunciar aspectos fundamentales de mi programa de gobierno!”. Un sábado de septiembre en la mañana, frente a La Moneda, rodeado de veintidós leninistas algo somnolientos -marxistas con ojeras aferrados a banderas que ilustran el martillo y la hoz- toma la palabra el candidato empeñoso, el izquierdista enfático Eduardo Artés. El Profe, del margen, el bolchevique inagotable, el utópico que, como él mismo dice, tiene ideas en la mente pero los bolsillos vacíos. Va por su tercera elección presidencial y ahora se pone poéticamente a los pies de la estatua de Salvador Allende y queda inmóvil con la sensación de que alguien le sacará una fotografía. No pasa aquello.

-¡Silencio, por favor! ¡El Profe va a hablar!- apoya un feligrés y trata de darle solemnidad al momento. El grupo de adeptos se empieza a juntar.

El Profe, según parece, dirá que quiere cambiar todo. Neutralizar el capitalismo y darle el poder a la gente. Si él gana, el pueblo tomará las decisiones y el Congreso acatará. Primero la calle, luego los escaños. Se trata pues del imperio de la cuneta, el brote del barrio, el ascenso del almacén. El gobierno hecho en la vecindad. Pero entonces el candidato, justo antes de sacar la voz, de soltar un discurso pulido por años de ir discurseando, se desconcierta y le susurra un mensaje a su gente de confianza.

-¿Y la prensa?

-No llegó nadie, Eduardo.

-Cresta…- suelta, con tensión genuina.

El acotado equipo del candidato, liderado por Boris, un arquitecto revolucionario, había difundido el evento. Mandaron la información a todos los medios, capitalistas y vecinales, y, por alguna razón, tan sólo este reportero neutral de la Revista D, en las antípodas ideológicas del convocante, está aquí. Artés obviamente está decepcionado. Es un candidato con programa pero sin fotógrafos, sin cámaras, sin grabadoras. Pese a que es legalmente una candidatura verídica, que certificó ante el Servel casi 40 mil firmas, en términos mediáticos oficialmente es una candidatura invisible. El candidato luce impotente, con la inspiración herida, cabizbajo: su discurso -al menos este- no será inmortal.

-¿Habrá sido un error organizar esto para el sábado en la mañana, profesor? Parece que no es un buen horario- preguntamos con alarma.
-Pucha… No creo… Todos los candidatos hacen cosas los sábados en la mañana…

-¿Pero por qué no llegó nadie?

Artés da un suspiro heroico, de leyenda abrumada, y conjetura una conspiración.

-Parece que les incomodo…- afirma mirando hacia la lejanía, como un Clint Eastwood de perfil cambiado.

-¿De quién habla? ¿Quiénes son ellos?
-Ja… ¡Ellos!…- ironiza misteriosamente el profesor. Y luego le susurra otro mensaje urgente a su gente de confianza. Da la instrucción de juntar a todos los adeptos y organizar alguna actividad.

-¡Juntémonos! ¡Juntémonos!- coordina el propio candidato. Y la extrema izquierda a la izquierda de la izquierda, se empieza a agrupar.

Candidatura visible

Días antes, en la comuna de San Miguel, en la casa de Boris, su asesor, el reportero fue citado por el candidato del Partido Comunista Acción Proletaria. Vestía una camisa negra, una chaqueta negra, unos bototos negros, en fin, una adusta línea de vestuario acorde, se supone, a la firmeza partidista.

-¡Naa… Si yo compro la ropa en la feria!- aclara súbitamente Artés.

-¿De qué vive usted, profesor?
-De una jubilación miserable y algunas otras cositas.

-¿Y cómo es su vida?
-Bueno… Así como la ves no más… Mi vida es esto- Artés entonces explota en una simpática carcajada marxista. Da la sensación que el sello de su vida es únicamente estar firme junto al pueblo, refundar un país, encumbrar al proletariado, revisar a los poderosos, poner al millonario bajo la lupa, adoctrinar universitarios, recolectar votos. En su primera elección, el 2017, obtuvo un poco más de treinta mil. En su segunda elección, el 2021, obtuvo un poco más de cien mil.

-¿Le llegó algo de plata con esos votos?
-Nada. De verdad: cero peso. Nosotros hacemos todo a pulso, compañero. Para los candidatos chicos no hay ninguna posibilidad de hacer chanchullos. Y agrega: quizás los que tienen empresas millonarias pueden hacer cosillas…¡A esos hay que investigar! ¡Y los ricos se preocupan de los pobres! ¡Pero si yo no tengo nada!

-¿Usted es irritable?
-¡¡No señor!!

-Algo material debe tener…
-Nada…

-¿Casa?
-No. Vivo en la de mi pareja.

-¿Auto?
-No. Ando en Metro.

-¿Vestuario?
-Ya sabes: la feria.

Tiene cuatro pares de zapatos. Tres camisas. Dos bluyines. Un cortavientos. Todo extraído de los puestos de la ropa usada por sus vecinos. La democracia textil. “¡Yo feliz!”, opina él, sin vanidad. “Y olvídate cómo me reconocen en el Metro. Los cabros me piden fotos”, señala, convertido al parecer en la estrella del túnel, en el gurú del pueblo subterráneo.

-Señor Artés…
-Diga…

-En serio ¿por qué lo hace?
-¿Cómo?

-¿Por qué hace todo esto, las campañas, el sacrificio, la búsqueda de plata, la pérdida de plata, el agotamiento, todo… Por qué… si usted tiene 0% en las encuestas? ¿Por qué?
-Mmmh…

Y ahí Eduardo Artés, ese señor de 73 años nativo de El Tambo, un pueblo rural, se pone a pensar. Quizás recorre su biografía. El profesor, hijo del campesino Eduardo y de Teresa, esa mujer que murió cuando él tenía tan sólo unos meses (“no me faltó porque nunca la tuve”), que se hizo un comunista revolucionario a los 14 años (“inscrito”), al llegar a Santiago. Un rebelde que lanzó piedras (“varias”), que armó molotovs (“sé hacerlas”), que estudió de noche en el Liceo Número 5 (“trabajaba de día”), que fue tan vitalmente noctámbulo que fundó la FEDENOCH (Federación de Estudiantes de Noche). Que enfrentó a Pinochet y prendió fuego en algunas protestas. Que escapó de varias y lo patearon y un palo le destrozó una costilla. Que fue profesor por cuarenta años de liceos pobres. Que hoy tiene una jubilación de 400 mil pesos.

El candidato al cual no lo apoyan partidos. El que ve que la prensa no asiste a sus citaciones. El que enviudó, que ve poco a sus dos hijas, que está solo junto a un par de leales. Y que, desde hace casi diez años, sueña seriamente con ser el Presidente de Chile.

-…¿Sabes? Yo hago todo esto… Porque las cosas tienen que cambiar.

-¿Todo tiene que cambiar?
-Es la única forma. Necesitamos una Patria Nueva y Popular.

-¿A usted le gustaría que fuéramos como Corea del Norte?- indagamos.

A Eduardo Artés le brillan los ojos.

-Una gran democracia.

Una vez, en un viaje ideológico muy ameno que realizó a Corea del Norte, estuvo a punto de palpar la mano de Kim Jong-Un. En ese viaje pudo apreciar a un pueblo algo hermético, pero, en apariencia, en paz. Artés aconseja visitar Pyongyang, “una ciudad encantadora”. También ha visitado Irán y Venezuela. “Le toqué la mano a Maduro”, confiesa.

-¿Si usted fuera Presidente y se organizara una marcha contra el actual Gobierno, participaría de esa marcha?
-De todas maneras. El pueblo manda.

-¿Y contra sí mismo?
-Totalmente… Si el pueblo lo ve necesario.

Y luego, otra vez, le salta esa carcajada marxista leninista a todo volumen. La bulliciosa simpatía del proletario.

“Te voy a contar algo”. El candidato, relajado, profundiza en una etapa de su vida. “Yo en los años setenta era bravo”, apunta. Era un rebelde disconforme, con entrenamiento en defensa personal, un comunista fuera de sí que iba de protesta en protesta.

-¿Nunca le pasó algo grave?
-“Bototos en el coxis”, detalla. “Carabineros portando la luma y la luma en la espalda”, especifica. Por un tiempo estuvo en Albania, allí lo nutrieron de filosofía política. Pero, afirma, no le pasó nada malo. Y explica su teoría:

-Nunca me pasó nada porque yo era rubio.

-¿Y los rubios están por encima de la ley?
-A los rubios de ojos azules no les pasa nada, amigo.

En medio de las protestas, en medio de los intercambios de piedras y lumazos, el rubio de ojos azules Eduardo Artés, luego de arrojar varias piedras se limpiaba las manos y fingía ser un joven de la elite que paseaba atónito por el lugar. Y al rubio de ojos azules jamás lo detenían.

Pasan unos segundos, el candidato toma dos sorbos de agua. Y entonces viene la duda.

-Profesor…¿su vida es únicamente la política?

El profesor guarda silencio.

-La política ocupa mucho tiempo.

Enviudó hace un año y medio. Pero estaba separado desde hace más de veinte. Jamás se divorció. Divorciarse es una costumbre capitalista.

-Y….bueno…me volví a emparejar.

-¿Se enamoró?

Curiosamente en ese momento al candidato enfático, al bolchevique volcánico, le cuesta hilvanar una frase.

-Para estar en pareja hay que estar enamorado, creo yo- afirmó apenas.

-¿Y sus hijas?
-Bien… Están grandes… Ya tienen como cuarenta y tanto las dos…

No va al cine. No ve Netflix. Apenas lee. Se queda, a lo sumo, envuelto en los brazos de su nueva mujer. Sus hijas hacen clases, como él hizo. Tiene un nieto de 19 años por el cual corre sangre artesiana. No tiene un peso. No tiene nada.

Apunta que Kast y Kaiser son extremistas de derecha, que Matthei es de derecha típica, que ME-O es un oficialista más, que Mayne-Nicholls es una anécdota, que Parisi podría ser de la CIA y que Jara no es de izquierda.

Y otra vez el profesor revolucionario se pone a reír.

La lucha infinita

El sábado de septiembre en que debe anunciar su Programa de Gobierno a solas, sin prensa, el Profe Artés agrupa a los veintidós leninistas con sueño y les avisa que ha descubierto una marcha pro Palestina en las cercanías.

-¡Vamos a sumarnos a esa actividad!

Entonces Artés, el puño al cielo, camina erguido, vociferando…

-¡¡Desde el río hasta el mar, Palestina vencerá!!

Los demás lo siguen, izando banderas sin querer. Aunque, de pronto, un ciudadano se le acerca al candidato. Le dice seca- mente: “Usted es un burgués, señor”. “¿Yo?”, responde el profesor. “¡Usted para mí es de clase alta!”, lanza el ciudadano. “¡Pero si yo tengo una pensión de 400 lucas!”, se altera Artés. Y el ciudadano se va gesticulando. Y Artés se queda gesticulando también.

Luego el Profe toma otra vez una bandera, se estira la camisa oscura, y sin cámaras, sin fotos, sin que nadie lo registre, sin que nadie grabe la presentación de su Programa, tan sólo seguido por este reportero neutral, avanza a tientas hacia una marcha que no organizó.

-Aunque sea el candidato del 0% voy a seguir- afirma con entereza.

-¿Usted votará por Eduardo Artés?
-Sí, yo voy a votar por Artés- ríe.

-Entonces, matemáticamente, no será el candidato del 0%…- lo estimula el periodista.

Y el Profesor, el candidato del margen, el bolchevique inagotable, exclama: “Mientras haya una lucha, yo voy a estar feliz”. Y entonces, a los gritos, empieza a revivir.

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