Secciones
Sociedad

Los barones Rothschild: Un asunto de familia

Hace casi treinta años, por la vía de los negocios, Chile recibió a una de las familias aristocráticas más famosas del mundo: los barones Rothschild, reconocidos tanto en la industria del vino como de la banca. Una de las dos ramas con presencia permanente en el país -la que representa a la reputada viña Château Mouton- se asoció en 1997 con Concha y Toro y los Guilisasti, por lo que sus herederos cada cierto tiempo visitan los viñedos al suroriente de Santiago donde funciona Almaviva y nace uno de los mejores Cabernet Sauvignon del mundo. Hace un par de semanas estuvieron aquí. Y nos juntamos con ellos.

Hablar con genuino interés de los barones Rothschild no es del todo original. Pasa aquí y en todo el mundo. Comentar su historia y lo que dicen, lo que hacen, dónde invierten, qué piensan, es casi una obligación para cualquiera que tenga un mínimo interés por los negocios y por las descendencias aristocráticas. Se ha escrito miles de artículos sobre los inicios de la fortuna familiar ligada a la banca, sobre cómo emigraron desde Alemania en el siglo XIX, las distintas ramas en las que se fueron dividiendo, su importante rol histórico al transformarse en la primera familia judía que obtuvo un titulo nobiliario por la corona británica, su conexión con el arte y, claro, con la industria del vino. Por algo, la familia cuenta con registros de negocios y vida entre las parras desde hace al menos 150 años.

El caso es que, por cosas del destino, en las últimas tres décadas los Rothschild han estado ligados a Chile. Con visitas esporádicas a los viñedos en Puente Alto donde se cultiva Almaviva, que une a los descendientes del Barón Phillipe de Rothschild y a la Viña Concha y Toro. Una de esas visitas ocurrió recién: Julien de Beaumarchais de Rothschild y Philippe Sereys de Rothschild, dueños de la famosísima Château Mouton, en la zona de Burdeos, Francia (específicamente en el pueblo de Pauillac, en el Médoc) visitaron la marca nacional que recibió el reconocimiento como “vino de la década” por el crítico James Suckling con una calificación perfecta. 100 de 100.

Digamos acá que, otra rama de la familia, más ligada a la banca, es dueña de Château Laffite y también funciona en Chile en sociedad con Los Vascos.

Hoy estas alianzas puede no llamar la atención. Pero remontémonos a los ’90, donde el gran centro del vino del mundo era Burdeos. Fuera de Europa prácticamente no existía competencia. El valle de Napa en California estaba en pañales, la industria en Sudáfrica era inexistente y resultaba extremadamente exótico producir vino en Chile.

¿Qué vieron los Rothschild en Puente Alto entonces? Primero, el terroir, las condiciones climáticas que permitían un vino que hoy todos califican como sensacional, elegante, único. Replicable a lo que habían hecho en Francia con el famoso Mouton.

“Vamos a ser serios. No fue de repente que mi madre, la Baronesa Philippine de Rothschild, descubrió este lugar. Ya estaban produciendo Don Melchor y otros vinos, ya estaba la familia Guilisasti haciendo aquí cosas muy interesantes. El que llegáramos significó aportar conocimiento, reputación y todo ayudó. Sabían, tal vez, que necesitaban a alguien como mi madre, para hacer algo nuevo”, dice Julien de Beaumarchais de Rothschild.

-¿Cómo se unieron ambas familias en el negocio considerando que en esa época no había mucho conocimiento sobre Chile?
JBR:
“Nuestra madre quería hacer algo extraordinario, ya tenía la experiencia del Opus One (vino creado en 1978 con la alianza entre el californiano Robert Mondavi y el barón Philippe de Rothschild) pero quería encontrar otro buen lugar en el mundo para hacer crecer Cabernet Sauvignon, ya que somos especialistas en este tipo de variedad. En los años ‘90 Chile no era lo que es hoy, pero nuestro enólogo Patrick Léon había oído hablar de este lugar tan especial, Puente Alto, donde habían estado creciendo buenos vinos durante mucho tiempo. No solo Don Melchor, sino también Cousiño Macul. Y creo que cuando mi madre pensó en Chile, era porque ella quería hacer novedoso. Sobre todo estaba buscando gente que entendiera que juntos podían aportar algo nuevo a la industria y le recomendaron hablar con la familia Guilisasti.

Philippe Sereys de Rothschild: Creo que ella estaba buscando a gente abierta de mente y lista para ir con ella a una nueva aventura y específicamente Eduardo Guilisasti, el padre de Rafael (actual presidente del directorio), se entendió muy bien con mi madre.

-¿Argentina nunca fue opción?
PSR:
No. Nuestra madre quería estar en Chile porque lo que probamos en Argentina, lo que probaron los técnicos, es que la elegancia que buscábamos en el vino estaba acá. Pero son esas cosas un poco fortuitas también. Mi madre llegó a Chile poco después de la salida de Pinochet, cuando Chile quería abrirse y tener nuevos contactos, desarrollar nuevas asociaciones para abrirse al mundo. Y ella vio una oportunidad. Hay una conjunción de elementos que se unieron. Mi madre entendió a Eduardo (Guilisasti) y Eduardo la entendió a ella. No te olvides que cuando estás luchando con proyectos en el mundo del vino, todos los procesos tardan mucho, así que debes llevarte bien. Y eso resultó. Hay algo de magia en ello. Esa comprensión mutua, los elementos que te unen, es algo que no se puede explicar.

-¿Igual que hacer un buen vino?
PSR:
Es como hacer un buen vino, exactamente. De repente había esta gran amistad y eso es muy importante también. Detrás de este vino hay una amistad que va más allá de las dos familias. Es también la amistad entre Francia y Chile donde hay muchas mezclas culturales.
JBR: Hay una frase que encontré mientras escuchaba recién a Philipe, de mi madre, que decía que las cosas en el vino están relacionadas con la amistad, con las relaciones. Los números son importantes, pero debe haber un sentimiento común.

-Mencionaron que hacer un vino tarda años, más todavía si es de lujo. ¿Cómo manejan el tener un negocio de largo plazo, en un mundo donde las decisiones cambian constantemente, con un comercio internacional que parece tener nuevas reglas cada cinco minutos y una política muy incierta?
PSR:
¿Has intentado caminar lentamente en una calle donde todo el mundo camina rápido? Es muy difícil. Pero una vez que lo consigues, es muy agradable porque tienes la sensación de que no estás al mismo ritmo que todos los demás. Estás viviendo tu propia vida, tu propio ritmo y dejas a los demás caminar por otras partes.
JSR: Creo que la vida es de contrastes. No porque todo el mundo camine más rápido todos quieran realmente hacerlo; todavía hay quienes buscan tener un momento tranquilo.
PSR: Pero decías que nuestro vino es un producto de lujo. No. Yo creo que, antes que eso, es un producto agrícola. Entonces, estás a merced del ritmo de las estaciones. No puedes hacer tres cosechas en un año, por ejemplo, porque simplemente el clima no lo permite. Tienes que adaptarte.
JSR: A Phillipe nunca le ha gustado que los periodistas hablen del vino como un objeto de lujo, compartimos un poco esa palabra, pero no del todo. Lo es en término de accesibilidad y precios, no es algo que tomes todos los días. Pero el producto en sí, el hecho de que se crea lentamente, tiene que ver básicamente con la agricultura.

-Pero tener tiempo para esperar, también es un lujo, ¿o no?
PSR:
Ese es un muy buen punto. Pero incluso si no fuera de lujo, la velocidad sería la misma. Además es algo biológico, que viene de la tierra. Cuando compras otro objeto de lujo, como por ejemplo un zapato Hermés, es tu zapato. Cuando compras un Rolex, es tu reloj. Pero cuando compras un vino es para compartir con otras personas. Hay un montón de contradicciones dentro del vino. Y es por eso que lo encontramos tan atractivo. ¿Es un producto de colección? ¿Es un producto de lujo? ¿Qué es? Al final del día, no lo sabemos.

Vino de etiqueta

Uno de los elementos que ha vuelto icónico al Mouton, que produce la familia Rothschild en Francia y que fue elevado a la categoría de “premier cru” en 1973, es el diseño de sus etiquetas.

Cada año, Julien de Beaumarchais, siguiendo la tradición familiar impuesta por el barón Philippe de Rothschild para darle un aspecto significativo y permanente a la marca, elige directamente quién será el responsable de ilustrar la etiqueta de la botella. La decisión tiene peso. En el vidrio han quedado plasmadas obras de Jean Cocteau, Georges Braque, Henry Moore, Andy Warhol, Francis Bacon, Joan Miró, Salvador Dalí, Pablo Picasso, Rufino Tamayo, Antonie Tapies y David Hockney, entre muchos otros.

Y también el chileno Roberto Matta, en 1962, el año de nuestro mundial. Incluso del Principe Carlos, antes de ser el rey Carlos III de Inglaterra, tuvo el honor de hacer una de las etiquetas.

-¿Cómo realizan el proceso para elegir al artista?
JSR:
Elegir a los artistas es una cosa, pero lidiar con ellos es otra. Jajaja. Recibimos entre cinco y diez propuestas cada año de artistas, pero muchos no son los que necesitamos. Mouton es un gran vino y necesita grandes nombres, que son los más complicados. Algunos pueden darse el lujo de ser imposibles.

-¿Cómo empezó la tradición?
JSR:
Empezó en 1946. La idea de Mouton no era usar el arte solo para el arte, sino para proclamar algo. En 1924 fue para anunciar que embotellaríamos directamente desde nuestro Château, que era algo muy nuevo y nuestro abuelo estaba muy orgulloso de hacerlo. Por eso le pidió a un diseñador, Jean Carlu, diseñar la etiqueta. Pero entre 1924 y 1945 entiendo que no hubo nada que anunciar. Ya el 1945 fue la vuelta a la paz en Europa, el evento más importante del mundo, así que hubo una etiqueta con la “V” de Victoria. Y ahí se convirtió en tradición.

-¿Hay algún patrón para elegir al artista?
JSR:
La verdad no. Lo anunciamos cada año y la gente lo espera, pero no existe una receta.

El conde Almviva

No es el único puente de los Rothschild con el arte y la cultura. El nombre Almaviva, que resume la unión chileno-francesa en Puente Alto, proviene de otro de los grandes intereses de la baronesa Philippine de Rothschild: el teatro.

“El Conde Almaviva” es uno de los protagonistas de Las bodas de Fígaro, escrita por el polímata Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais (una especie de Da Vinci del siglo XVIII, relojero, inventor, músico, diplomático, horticultor, magnate naviero, ingeniero, espadachín y revolucionario), y que fuera transformada en ópera bufa con música de Wolfgang Amadeus Mozart y libreto del italiano Lorenzo da Ponte. Caron de Beaumarchais, como es fácil de deducir, era pariente del padre de Julien de Beaumarchais de Rothschild y ahí todo calza.

La baronesa estudió en el Conservatorio Nacional Superior de Arte Dramático en París y actuó algún tiempo bajo el seudónimo Philippine Pascale. Sin embargo, dejó las tablas tras la muerte de su padre. Desde ese momento, hasta su muerte, dirigió la viña en Francia y fue la impulsora de sus negocios en Estados Unidos en Chile.

-¿Una mujer excepcional?
“Bastante imposible”, bromean sus dos hijos.

Notas relacionadas












Injusto y caro

Injusto y caro

El caso Muñeca Bielorrusa más que un problema aislado, muestra por qué Chile no puede darse el lujo de tener instituciones capturables o permeables a intereses indebidos. Cuando los estándares se vuelven opacos o discrecionales, la economía deja de operar sobre reglas y empieza a operar sobre relaciones.

Foto del Columnista Macarena Vargas Macarena Vargas