Era práctica común en Santiago del siglo XIX y principios del XX comprar leche de burra y de cabra. Es más, no es que se vendiera en botella, sino que los clientes podían pedir la ordeña del animal y tomarse un vaso tibio recién servido.
Yo lo viví en el año 2018 en la ciudad colombiana de Pasto y no pude sino zamparme una deliciosa muestra por tan sólo unos pesos. Sin duda valió la pena y me fijó el estándar mental del sabor de la leche de cabra.

En busca del recuerdo clavado entre el hipocampo y el cerebelo, probé cuanta oferta caprina encontré al norte de Santiago, cerca de la cuesta las Chilcas, para terminar casi siempre decepcionado por la dureza de los quesos que más encima son muy salados.
En el supermercado la oferta no mejora mucho, porque aunque los hay de mejor textura que los de la orilla de la carretera, casi siempre son insípidos. Y bueno, la solución siempre ha sido gastar de más por un queso de cabra francés de segunda o tercera. Decepcionado pero no rendido, nunca abandoné la búsqueda de aquel sabor levemente salado y ácido, con gusto a tierra y un poco dulce, que aunque no tan cremoso como la leche de vaca, es mucho más sabroso y herbáceo, revelando los hábitos del animal que se sube a lo que sea donde sea incluyendo árboles y represas. Si no me cree mire estos videos.
Pero ojo al charqui, en el corazón de Ñuñoa hay solaz para el necesitado del producto caprino de calidad.
En la calle Pucará 4311, local 16, Ñuñoa (a un costado del Parque Jardín Botánico) se encuentra la Cabrita Alegre que tiene una selección de excelentes productos de cabras criadas en Placilla, VI región. El queso semi maduro por un poco más de 5 lucas el 1/4 y el cremoso por $4.200 los 150 gr valen más que la pena.
Yo al menos voy a comer con unas lentejas hechas con tocino y salsa de tomates. Le pondré una cucharada de queso de cabra cremoso encima con un poco de ralladura de limón y diré: Mmmmmm por un buen rato recordando ese mercado colombiano donde tomé por primera y única vez, leche al pie de la cabra.