
La propuesta del candidato Kast de pagar $1 millón a las madres por hijo nacido y otro millón para una cuenta de ahorro a nombre del niño suena, en el papel, como una medida concreta para enfrentar la baja natalidad que existe en Chile. Pero la experiencia en el mundo muestra que es completamente insuficiente. Por eso, si queremos tomarnos en serio este reto demográfico, necesitamos dejar de lado lo que parece ser una “solución parche” y entender que el problema es estructural, y mucho más profundo.
Porque seamos sinceros: en la práctica un millón de pesos no alcanza para criar a un niño ni siquiera por un par de meses. Y la idea sigue cargando la mochila de la reproducción en las mujeres, como si los hijos fueran sólo responsabilidad de ellas. Lo que no solo es injusto, sino que es ineficaz.
La natalidad va en picada (y no es casualidad). En 2024, Chile alcanzó mínimos históricos en nacimientos: apenas 135.539. Eso es casi un 50% menos que hace 30 años. Este no es un fenómeno solo chileno. Corea del Sur, Japón, España, Italia…todos enfrentan el mismo dilema: una población que envejece y pocas ganas (o posibilidades) de tener hijos. Lo interesante es mirar las soluciones que han encontrado: en todos estos países, las puramente económicas no han servido.
Los países nórdicos, por ejemplo, en donde no han revertido la tendencia, pero al menos se ha ralentizado, muestran parte del camino trazado: guarderías públicas de calidad, licencias parentales igualitarias y flexibilidad laboral real. Justo lo que Chile no tiene: después de años de discusión aún no logramos aprobar el proyecto de sala cuna universal, que permitiría a padres y madres salir a trabajar tranquilos pensando que sus hijos tienen donde estar.
El caso de Francia también es interesante: allá, tener un tercer hijo es motivo de celebración, con una batería de apoyos concretos desde el Estado y una cultura que valora y no penaliza la maternidad. En cambio, en Corea del Sur, llevan 20 años lanzando bonos (incluso dan taxis gratis a embarazadas) y la tasa de natalidad sigue siendo la más baja del planeta.
Eso habla de que la cultura también importa, y si ser madre implica renunciar a tu carrera, tus viajes, tu independencia, no hay bono que alcance. Eso, en Chile, se ha hecho mucho más consciente, los últimos años, pero probablemente porque durante años, la sociedad “abandonó a las mujeres”, en el sentido de protegerlas para su desempeño en el rubro profesional. De nuevo, tuvimos que hacernos cargo, porque acá ni siquiera se conversaba sobre el concepto de la corresponsabilidad.
Si queremos que más personas consideren la maternidad o la paternidad como un camino viable, necesitamos transformar las condiciones sociales que lo hacen inviable hoy. No hay tiempo, no hay redes, no hay apoyo del Estado. La crianza sigue recayendo en las mujeres, lo que implica postergación profesional, precariedad y sobrecarga mental. Y en lugar de aliviar eso con un sistema nacional de cuidados robusto, se propone pasar plata en mano a la madre. ¿Resultado? Reforzar la idea de que ella sola se las tiene que arreglar.
El tema no es el millón de pesos, es el millón de cosas que hay que poner sobre la mesa, antes de decidir tener un hijo. Súmenle el panorama actual: los jóvenes se la piensan más de una vez si traer al mundo a un hijo en un escenario donde han crecido las guerras y las desavenencias. A eso, metamos en la juguera los riesgos que trae la Inteligencia Artificial y miles de puestos de trabajo en jaque.
En este contexto, los bonos como el que propone Kast pueden tener buena intención, pero son inservibles si no vienen acompañados de una visión país, donde criar no sea una tarea solitaria ni una sentencia de pobreza. Tener hijos no puede ser un lujo ni una carga. Tiene que ser una posibilidad real, sostenida por el Estado, la sociedad y una cultura que nos saque del individualismo en el que estamos. Porque al final, no se trata de incentivar que las mujeres tengan hijos, sino de crear un Chile donde eso sea posible sin tener que sacrificarlo todo.