
Hace tiempo que venimos repitiendo la idea de que el talento es universal y que cualquier persona es capaz de dar forma a nuevos proyectos disruptivos, pero, ¿realmente nos lo tomamos en serio? ¿Somos capaces de sacarnos de la cabeza la noción de que todo lo importante pasa en Santiago, y luego -en menor medida-, en el resto de Chile?
No lo sabemos, pero quizás ahora mismo, una emprendedora en Aysén está desarrollando una tecnología que puede revolucionar la industria alimentaria, o un grupo de jóvenes en Antofagasta está resolviendo un problema global desde el desierto. Un dato importante a tener en cuenta es que, de acuerdo al Ministerio de Economía, las regiones que tienen una mayor proporción de personas microemprendedoras que trabajan por cuenta propia son Maule (93%), Biobío (92,1%) y La Araucanía (90,7%), pero la verdad es que hay muchas de ellas en todo el territorio.
La innovación no tiene código postal ni orígenes preestablecidos. Lo que sí tiene, lamentablemente, es una alta concentración de recursos, redes y vitrinas en un par de comunas de la capital. Pese a este sesgo, no hay que olvidar que las buenas ideas, la creatividad y la capacidad de emprender están presentes en cada rincón del país. Lo que les falta muchas veces no es talento, sino que conexiones, capital y confianza.
Ese sigue siendo el gran desafío: descentralizar va más allá del discurso o una medida administrativa. Es una urgencia para el desarrollo sostenible, inclusivo y creativo de Chile. La economía del conocimiento, la innovación social y tecnológica no pueden seguir siendo exclusividad de ciertos barrios. Si queremos transitar hacia una economía basada en talento y en impacto, tenemos que construir ecosistemas regionales de emprendimiento robustos, conectados entre sí y con el mundo.
Esto no significa replicar el modelo de Santiago en cada ciudad. Significa hacer florecer las fortalezas propias de cada territorio. En el norte, donde la minería y la energía solar tienen terreno fértil para la innovación. En el sur, donde la agricultura sostenible, el turismo y la biodiversidad pueden ser la base para startups con impacto mundial. En la Patagonia, con su capacidad de atraer talento global que busca naturaleza, propósito y calidad de vida.
¿Y qué necesitamos para que eso ocurra? Primero, inversión decidida en capacidades locales: laboratorios, incubadoras, centros de I+D, programas de formación, mentorías. Segundo, redes: que las conexiones no se queden en la capital. Necesitamos más emprendedores, inversionistas, corporativos y universidades dispuestos a mirar hacia las regiones, a colaborar y co-crear desde la diversidad territorial.
Y tercero, cambiar el relato: dejar de ver a las regiones como lugares a los que “llevar” oportunidades, y comenzar a reconocerlas como verdaderos polos de creación, donde ya están ocurriendo cosas increíbles.
Vuelvo al principio: ¿y si el próximo unicornio está en Puerto Montt, Iquique o Temuco? Tal vez no es un unicornio en el sentido tradicional, pero sí puede ser una empresa que cambie vidas, genere empleos de calidad y resuelva problemas relevantes con innovación. El talento no tiene región, y el futuro tampoco debería tener límites geográficos.
Emprender desde regiones es también una forma de redistribuir el poder, de imaginar un país más justo, más colaborativo y más resiliente. Apostar por eso no es sólo justo, es inteligente. Porque el futuro de Chile no está en una sola ciudad: está en todas partes, esperando que lo miremos, lo escuchemos y lo apoyemos para que florezca.