
Este sábado y domingo recién pasados celebramos lo que llamamos los días del Patrimonio Cultural de Chile. Históricamente, quizás muchos de nosotros recordamos que la manera de conmemorarse era visitar viejos monumentos, la biblioteca nacional, iglesias de larga data a lo largo del país; en la televisión en estos días se nombraba a Isla de Pascua como parque nacional chileno; lo mismo con un puñado de antológicos establecimientos mineros, como Sewell y Humberstone. En Santiago, si la fecha caía en día de semana, era común que colegios acudieran al centro de la capital y recorrieran diversos edificios históricos, como Correos de Chile, la Plaza de la Constitución, el Palacio de La Moneda y el edificio del Tribunal Constitucional de Chile. Incluso el Ministerio de Defensa abría las puertas para que se vieran diversos hitos como documentos históricos del país, con personal militar haciendo de anfitriones de los visitantes.
El patrimonio político y cultural más importante del país no es ningún edificio multicentenario, ni una mina generosa que ha hecho crecer económicamente al país, ni una isla maravillosa que la gran mayoría cita sin haberla visto jamás. El mayor patrimonio político y cultural de Chile es la posibilidad de escoger a nuestras autoridades en un acto cívico llamado democracia. Que nos da derechos y obligaciones tras discusión abierta en una entidad llamada Congreso o parlamento.
Nuestro mayor patrimonio político y cultural no es un edificio arquitectónico, sino la voluntad civil de transformarnos, cada cierto tiempo, en quienes escogemos a aquellos ciudadanos que van a gobernarnos a todos. Ese método de elección no nació en Chile, pero se impuso, se perdió y se recuperó en nuestra historia patria reciente.
Si hay un patrimonio político y cultural que celebrar, justo ahora cuando aparecen gritones por todas partes del mundo cancelando el valor de la democracia, es justamente ese acto de derechos y obligaciones, que parte por la libre elección de nuestras autoridades, vigilando su cometido, hasta que se nos pregunte de nuevo por quienes queremos que nos representen.
La democracia para las nuevas generaciones puede parecer algo estándar, algo obvio. Pero aquí y en la quebrada del ají el enorme valor de su presencia, desgraciadamente, se aprecia más cuando la democracia se reciente o se pierde. Y con ello, también se pierde el mayor patrimonio político y cultural del país.