
Se ha desatado una verdadera ola de casos que tienen que ver con corrupción pública, desde ProCultura, casos individuales en municipalidades -que afectan a todo el espectro político-, a escándalos asociados a licencias médicas. Y un gran etcétera. Todo eso coloca a numerosas personas ante la disyuntiva de si decir la verdad o desviar el tema a otra cosa. Cada vez que esa situación aparece, que un funcionario público tenga que evaluar lo que debe declarar, me recuerdo de un caso australiano que marcó un hito al respecto.
En 2006, al juez australiano, Marcus Einfeld, ex presidente de la Comisión de Derechos Humanos e Igualdad de Oportunidades, se le cursó un parte, porque una cámara captó al auto del juez a una velocidad 10 km/hora mayor que el límite. En vez de pagar la multa de 77 dólares australianos (47 mil pesos chilenos), Einfeld alegó que él no había manejado ese día. Que su auto se lo había prestado a una amiga y profesora universitaria estadounidense, Theresa Brennan, que estaba de paso por Australia. Un periodista que supo del caso trató de encontrar a Theresa Brennan, y averiguó que ella había muerto tres años antes del incidente automovilístico.
Enfrentado a esta información, Einfeld alegó que el auto se lo había prestado no a la académica muerta, sino a otra Theresa Brennan, alegando que también vivía en EE.UU. y que, desgraciadamente, también había fallecido más tarde.
El 20 de marzo de 2009, el ex juez Einfeld, de 70 años de edad, fue condenado a 3 años de prisión por obstrucción de la justicia y perjurio deliberado y premeditado.
Estuvo preso 2 años y salió bajo palabra el 19 de marzo de 2011.
Einfeld perdió todos sus puestos legales: miembro de la Comisión de la Reina y su membresía en la organización Orden Legal de Australia.
Poco tiempo después de salir de la cárcel, Einfeld reconoció haber mentido, señalando que le preocupaba que la infracción lo hiciera perder puntos de su carnet de manejar, arriesgando que le quitaran el documento que permitía que pudiera manejar automóviles.
Cuando saltan casos judiciales, de aquí y de allá, la moraleja del juez Einfeld sigue vigente: declarar la verdad puede ser incómodo. Pero la alternativa, hacerse el pillo y tratar de zafar, mintiendo suavemente, puede terminar en un escenario mucho peor.