
Estaba viendo en un Bar la última Cuenta Pública del presidente Boric. Gran comidillo y comentarios por doquier. Desde gritos de “no le hay ganado a nadie, cabrito”, hasta personas que aplaudían a rabiar cada dos estrofas. Hubo aplausos en la referencia al cierre de Punta Peuco, no algo masivo y determinante, sino ese golpeteo suave pero inconfundible de las manos, para hacer notar que se está de acuerdo con lo que se dice. Las referencias al exterior, especialmente la relación con Israel y con EE.UU. era claro que provocaban mucho comentario, pero los pocos que hablaban fuerte en el bar seguían en la crítica etaria o el aplauso de apoyo.
Las cuentas públicas han cambiado tanto y, creo, para mejor. Aún recuerdo -cuando chico- estar frente a la tele con mi padre, escuchando durante casi tres horas una larguísima perorata, ministerio por ministerio, de todo lo realizado. Para pasar, a renglón seguido, a otro largo momento de lo que quedaba y se iba a hacer. Para, apenas terminado el discurso, salíamos con el viejo al Bar, donde llegaban sus amigos, y todos se juntaban a comentar lo escuchado hasta que el sol afuera se aburría y se iba a dormir.
De Aylwin para adelante la duración del discurso se centró en lo relevante; los tiempos se acortaron; se abandonó ir ministerio por ministerio, hasta llegar a estos tiempos donde el relato del resumen de lo realizado es un tiempo razonable.
El bar clásico ya no es el único bar. Está enquistado en la fanaticada futbolera el otro VAR, el Video de Asistencia al Referí, ese que permite al árbitro revisar si la jugada del gol fue legítima o no. Y está también otro VAR, también con V corta, de ascendencia sicológica, destacado por el filósofo español, José Antonio Marina, y que permite evaluar nuestros propios comportamientos. Este VAR responde a tres variables del comportamiento humano: Vanidad, que es el afán excesivo de ser admirado. Aburrimiento, que es el deseo permanente de experiencias. Y Resentimiento, que es la contumacia en no olvidar un daño.
Y así, entre bares y vares, se juntan la reflexión política del momento, la pasión futbolera, la percepción de qué tanto te toman en cuenta los demás, las ganas de intentar algo nuevo que termine en golazo y la inevitable evaluación no muy mentirosa de uno mismo.
Bar con Var, a rabiar.