Secciones
Opinión

Diversidad en pausa

Parece ser que Chile, a diferencia de otros países, funciona cuando aparece una nueva ley. Porque sin una regulación, la cultura dominante termina imponiéndose. Y esa cultura es la exclusión.

Después de una semana de avances y discursos optimistas, la realidad golpea con fuerza: por primera vez desde 2012, la participación de mujeres en los principales directorios empresariales del país no solo se estancó, sino que retrocedió.

Según el estudio más reciente del Instituto de Directores de Chile, solo el 19,87% de los escaños en directorios IPSA está ocupado por mujeres, lo que significa una caída de 2,33 puntos porcentuales respecto de 2024 y un mensaje demoledor: la narrativa de la equidad, en los hechos, no está calando tan hondo como quisiéramos. O lo que es peor, no hay una real convicción detrás.

Porque abundan los informes y estudios que prueban que la diversidad mejora la toma de decisiones y la gobernanza, pero las sillas en las mesas de poder siguen reservadas, en su abrumadora mayoría, a los hombres. De los 312 puestos en las 38 empresas IPSA, 250 están ocupados por ellos. Las mujeres son apenas 62… y varias se repiten en distintas compañías. No hay renovación de nombres. Ni voluntad de ampliar la lista. Pura inercia, dirán algunos. O más bien, redes cerradas y directorios que se reparten entre quienes se conocen de siempre, probablemente porque los que buscan o les piden sugerencias siguen siendo hombres. La confianza opera en clave de club de Toby.

Eso, a pesar de que hace pocos años se creía que Chile podría alcanzar los estándares OCDE sin necesidad de imponer cuotas. La tendencia apuntaba a un avance gradual, basado en el mérito. Pero el impulso parece haber perdido fuerza a partir de las cifras, probablemente porque las compañías pensaron que ya habían cumplido su propósito, al incorporar a la mesa a una sola mujer. O dos. Como si la inclusión fuera una casilla por llenar, más que un propósito en directo beneficio de los negocios.
Vamos a los extremos: solo una mujer, Pilar Dañobeitía en SMU, presidía un directorio IPSA hasta el pasado martes 27 de mayo, cuando se nombró a Gina Ocqueteau al frente del gobierno corporativo de SQM. Y hay tres empresas -Banco Itaú, Clínica Las Condes e Inversiones Aguas Metropolitanas- que
no tienen ni una sola mujer. Cero. En pleno 2025.

Por eso, el proyecto de ley que hoy se discute en el Senado, y que prohibiría estos “escenarios cero”, se ha vuelto clave. Parece ser que Chile, a diferencia de otros países, funciona cuando aparece una nueva ley. Porque sin una regulación, la cultura dominante termina imponiéndose. Y esa cultura es la exclusión.

El proyecto apunta a una meta razonable: un 40/60 en la composición de los directorios, con un plazo de cuatro años para que la cuota sea obligatoria si no se cumple como sugerencia. También establece que toda empresa debe contar con al menos una mujer en su directorio. Porque lo simbólico ya no basta. El problema va más allá. En los cargos ejecutivos de estas compañías, los hombres representan el 81%, y su salario supera significativamente al de sus pares mujeres. La palabra “cuota” aún divide. Algunos temen que termine opacando el mérito. Pero los datos son tercos: sin incentivos, el cambio no ocurre. Noruega, Francia y España lo entendieron: impusieron presión estatal, metas públicas y beneficios regulatorios. Chile, por ahora, no ha encontrado su fórmula.

El riesgo es claro: que todo haya sido un espejismo. Que la curva ascendente de los últimos diez años haya sido solo una ilusión. Por eso, el desafío es avanzar. Porque aún no alcanzamos ni siquiera el 30%. Todo indica que sin convicción real -opresión efectiva- esa aguja no se moverá. Como tantas veces en Chile, es la ley la que arrastra decisiones. O, tal vez, que la sociedad se resiste hasta que la ley la obliga a mirar distinto.

Notas relacionadas