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El oficialismo y su divorcio de papel

No hay que ser un terapeuta de parejas para saber que estamos frente a la crónica de un divorcio anunciado. Y no en buenos términos. A pesar de conocerse entre sí sus pasados, resurgen las recriminaciones, envueltas en una superioridad moral, como si nunca se hubiera conversado ni dormido juntos.

En la antigüedad eran muy comunes los matrimonios arreglados; uniones forjadas por intereses políticos, bélicos o de expansionismo, o simplemente como una forma de perpetuar el poder y cuidar la sangre real. Una de esas uniones, y que retrata de forma nítida ese pasado, se dio en el matrimonio entre Luis XIV y María Antonieta, para mantener la paz entre Francia y Austria, y reforzar la alianza entre dos casas reales.

Ese tipo de uniones no están muy lejos de nuestros tiempos y se pueden dar en varios ámbitos. Sin ir más lejos, aquí entre nosotros, en el año 2021 se gestó un matrimonio político similar: la unión entre la rutilancia y popularidad del Frente Amplio con una Concertación (o Nueva Mayoría, o Unidad Constituyente, o Socialismo Democrático) ya desgastada y claramente fuera de ciclo. Una alianza forzada para pacificar las izquierdas y llegar en luna de miel a La Moneda. Pero, como el agua y el aceite, no mezclaron bien. Solo prosperaron en aquello que ambos saben hacer: amasar y usar el poder.

Y no hay que ser un terapeuta de parejas para saber que estamos frente a la crónica de un divorcio anunciado. Y no en buenos términos. A pesar de conocerse entre sí sus pasados, resurgen las recriminaciones, envueltas en una superioridad moral, como si nunca se hubiera conversado ni dormido juntos.

Esas recriminaciones, propias de un adolescente, olvidan por completo que este marido también está en el matrimonio. Se presenta como patriarca, pero es heredero directo de lo que construyó su cónyuge, coetánea en edad a sus padres. No obstante, levanta la voz como si hubiera sido engañado, como si jamás hubiese sido parte de ese Chile, como si la historia comenzara en 2011, cuando aún no tenía edad para entrar en una discoteca.

Este cónyuge vociferador quiere llevarse todo, amparado en una supuesta separación de bienes, como si el aporte de su pareja no hubiera significado nada, como si su papel se limitara a ser una mera compañía —política, sí— pero desechable. Tal es su arrogancia, que incluso en televisión abierta es capaz de mofarse, reduciéndola a un simple títere que utilizó para llegar al poder, a su mesa del poder.

Y, finalmente, si acaso hubiese un hijo en esta unión, sería con suerte uno, el heredero primogénito de las primarias. Pero, de seguro, crecerá en una familia monoparental. Porque, sea cual sea el destino, ya no da la relación ni para una tuición compartida.

Pero, lo verdaderamente trágico o cómico, como en un cuento sin fin, el aceite será más agua y ésta más aceite, con el único fin de seguir “juntos” en el poder.

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