
Carolina Tohá, es mi candidata. No por considerarla más preparada y capaz que el resto de los candidatos, de lo que no tengo dudas, sino por algo muchísimo más importante y significativo: porque exuda democracia. O sea, no posee verdades terminantes, sabe que sus convicciones no la vuelven superior al resto, no piensa que los distintos sean enemigos. Puede que su ego la traicione a ratos, que de pronto se le arranquen ciertos aires de suficiencia, pero es lo bastante inteligente como para entender, a la hora de los quiubos, que no hay opiniones despreciables y que hasta el último pelmazo tiene algo de razón.
Festejó el fin de la dictadura chilena al mismo tiempo que caía el Muro de Berlín. No es dueña de soluciones redentoras. Desconfía de los slogans, se le cae la cara de vergüenza antes de prometer lo que sabe imposible y procura rodearse de los expertos más competentes cuando un problema requiere conocimientos específicos. Como cualquier izquierdista honesto, entiende que las soluciones heredadas no dan abasto. Ha sido testigo de la caída del socialismo y de la corrupción de los discursos revolucionarios. No duda en catalogar de dictaduras los gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Y si le preguntan por China, en lugar de responder lo que obviamente piensa, contesta con poco glamorosa responsabilidad y postergándose: “Cuido los intereses del país”. Le patean los autoritarismos del signo que sean. No acude a argumentos ad hominem.
Ni la peor provocación consigue sacarla del plano de la discusión de ideas. Eso la debilita frente a los canallas y fortalece ante los reflexivos. Valora la iniciativa individual, admira el esfuerzo, reconoce y festeja los logros, sin endiosar el éxito y la fuerza, como Trump o Melei, porque entiende que el miedo a la soledad, al desamparo y a la insignificancia habita entre nosotros. Está atenta a los peligros del mundo en que vivimos, a las furias manipuladas, a las arrogancias que desdeñan así las libertades como el valor de la comunidad. Es sensata. No es chinchosa ni melosa.
Habrá quien le reproche frialdad, falta de dulzura, pero esas son carencias publicitarias. Cuando se refiere al combate contra la delincuencia, en lugar de mostrar los dientes hace gala de la pericia alcanzada. Es más racional que emotiva.
Una elección presidencial no es un concurso de simpatía, por mucho que algunos lo crean así. Carolina Tohá forma parte de una generación que ha secundado el liderazgo de otras, compartiéndolas o matizándolas -en lo político, en lo económico y en lo cultural- pero sin liderar el juego. Constituye el eslabón perdido de una cadena descontinuada. A su padre lo mataron por participar de un gobierno que no considera sacrosanto. Sus hijos se sumaron a una causa que apoya y problematiza. Nadie tiene que explicarle los costos del odio, de la intolerancia, de la inclemencia, pero no se refugia ni en el victimismo ni en el martirologio. Los derechos humanos para ella no tienen ideología.
Los progresistas no son per se buenos ni los conservadores per se malos. Pueden existir pésimos en todas partes. Haber sufrido no le da permiso para ninguna otra cosa que condolerse. Hija de la Concertación, la sabe muerta, y a otra cosa mariposa. Bienvenido el apoyo de sus partidos, pero sería ridículo desconocer que estos representan a muy pocos y que hoy el reto es convocar fuerzas desbocadas, atrevidas, desobedientes, inclasificables. (El primer proceso constituyente constató que los partidos políticos no daban cuenta de la actual diversidad socio cultural, pero que sin ellos no había gobernabilidad, y el segundo ratificó las razones de su desprestigio). El reconocimiento de fracasos, errores y desconciertos le interesa tanto o más que jactarse de los logros. Su izquierda no es odiosa, categórica, displicente, sino inquieta y cuestionadora. Es más atenta a las rarezas del acontecer que a los slogans y veredictos petrificados. Su candidatura, quiero creer, no se basa en la adhesión a una figura, sino en la complicidad con un tono, un modo, una delicadeza. Una búsqueda de respuestas que no están. Los desafíos del presente y el futuro la convocan con más urgencia que las cuitas acumuladas. La suya está llamada a ser una apuesta modernizadora, capaz de romper fronteras y demostrar que la democracia hoy no se limita al fundamental respeto de su institucionalidad, sino también a la convicción de que nadie sobra y que en estos tiempos de incertidumbre poco ayudan las nostalgias y los dogmatismos. Urge abrazar la curiosidad. Ojalá gane.