
La familia de la izquierda despierta desconcertada como pocas veces en su historia. Sabe que aún existe, que aún tiene algo de convocatoria, algo de esperanza, pero, ¿cuánto? ¿Cuándo? ¿Cómo? La izquierda chilena ha vivido siempre atrapada en un matrimonio mal avenido pero fatalmente unido: el del Partido Comunista y el Partido Socialista. Una pareja histórica que, a pesar de sus rupturas, infidelidades y largos silencios, nunca logró divorciarse del todo. Tanto así, que no se puede definir a un socialista sin comenzar por aclarar que no es comunista. Un socialista puede declararse marxista-leninista, querer la revolución y cantar la Internacional, pero hay algo en él —una aversión casi física— que lo separa de la disciplina, el centralismo democrático y el control de cuadros del partido de Recabarren.
La gran infidelidad socialista comenzó en los años 70, cuando muchos de sus dirigentes descubrieron que no podían —ni querían— vivir en los países socialistas del Este que los habían recibido en el exilio. Fue entonces cuando se arriesgaron a lo impensable: pactar con la Democracia Cristiana. Nació así la Concertación, y con ella un hijo legítimo en el papel pero bastardo en espíritu: el Partido por la Democracia (PPD). Hasta algunos comunistas pasaron por ahí, apurados por el derrumbe del muro y la constatación amarga de que el comunismo es además de un error teórico, era un horror práctico.
Mientras tanto, el Partido Comunista quedaba no solo solo, sino abandonado. Siguió votando en segunda vuelta por la Concertación —es decir, por su ex del PS—, pero construyó una identidad herida y persistente. Volvió a dormir en sindicatos, federaciones, centros de alumnos. Ahí, en esa intemperie política, se forjó una nueva generación: entre ellas, Jeanette Jara. Si hubiese sido socialista, quizás habría sido jefa de gabinete a los 20 y subsecretaria a los 30. Pero fue comunista, y por eso conoció la vida popular desde abajo, con rabia contenida y aprendizaje lento.
El PC, para romper su encierro, buscó nuevas alianzas: con los siloístas del Partido Humanista, con movimientos sociales, con la izquierda universitaria. Como el PPD fue el hijo de la unión entre el PS y la DC, el Frente Amplio pareció el hijo improbable entre el PC y los estudiantes radicales. Pero bastó poco para que ese hijo empezara a parecerse demasiado a los socialistas de siempre. Muy pronto, sospechoso de que quizás eran hijo de un “remember”, le estaban pidiendo pensión de alimentos al PS.
Con todas sus infidelidades, con todos sus hijos legítimos e ilegítimos, la pareja central de la izquierda volvió a reunirse en la Nueva Mayoría. Siguió unida durante el estallido, la Convención, y el gobierno de Gabriel Boric. Pero las diferencias eran ya irreconciliables. En el corazón del orgullo comunista está no haber caído jamás en la tentación concertacionista. En el de los socialistas, está haberle dado a Chile los 30 años de mayor prosperidad y paz de su historia.
Los dos viejos compañeros, los dos enemigos íntimos, lograron pactar cierta paz para sostener a sus hijos del Frente Amplio. Pero en la última primaria se mostraron de nuevo los dientes dejando en claro que la reconciliación nunca fue total.
Esa convivencia se había sostenido sobre un pacto tácito: que el PC podía gobernar, sí, pero sin gobernar del todo. Que podían ser ministros, parlamentarios, alcaldes, pero nunca llevar al candidato presidencial en la papeleta común. El objetivo comunista —la revolución— les permitía avanzar por la vía institucional, pero sin jamás confundirse con la centroizquierda que en la cabeza de los comunistas confunden los fines con los medios. No ser candidatos a presidente era además su forma de conservar una pureza que los socialistas, desde hace mucho, ya no podían ostentar.
Los años de separación, las derrotas compartidas y las infidelidades mutuas modificaron la esencia del pacto histórico entre socialistas y comunista. Hasta su odio es distinto al que le era tradicional. La torpeza de Jadue permitió prolongar la ilusión de que jamás veríamos a un comunista encabezando una coalición con posibilidades reales de gobernar chile. Jeanette Jara rompió ese imposible este domingo. Está por verse si logrará que ese viejo matrimonio no se quiebre del todo: el matrimonio con el PS (y con el PPD), pero también con sus electores. El matrimonio con ese esquivo sentido común nacional que viaja de izquierda a derecha, aunque últimamente parece estar instalado en la derecha de sí mismo.
Jeanette ha conseguido entender que los problemas del país están en el mes a mes, en el día a día de las deudas y las condiciones de vida. Ser comunista le ha permitido mantenerse cerca de esa base social que ilustra la mayoría de sus propuestas. Su indudable talento hizo el resto. Sabe ver lo que los chilenos piden, lo que necesitan. ¿Sabe cómo dar solución a esas demandas? El marxismo es una prodigiosa herramienta de análisis, pero nunca ha logrado resolver ninguno de los problemas que tan bien diagnosticó. El aliento religioso que el leninismo aportó al marxismo forja cuadros políticos fuertes, pragmáticos, casi indestructibles —como la Jeanette Jara. Pero de ese mismo molde salieron también Stalin, Mao, Fidel o Daniel Jadue. No hay en ella nada de esos patriarcas, pero sí un dato imposible de ignorar: milita en un partido que revindica al pueblo pero que este en muchas partes del mundo apoyando gobierno que aplastan a ese pueblo.
La baja participación en las primarias es, en ese sentido, doblemente preocupante: indica que la izquierda se está hablando solo a sí misma, y que su composición es menos diversa, menos colorida, menos cercana de lo que se debería esperar de quienes han ganado casi todas las elecciones (menos dos) desde hace al menos cincuenta años. Esto, al militante de izquierda, puede parecerle incluso feliz. Después de todo, perder es parte de lo que la izquierda sabe hacer. Pero para un país que siempre ha sido más feliz cuando se combinan en el gobierno la izquierda y el centro, es una pérdida evidente. Después de todo, el cerebro está en el centro (con ventrículo izquierdo y derecho), pero el corazón siempre estará en la izquierda (aunque el hígado están a la derecha).