
El poder es mágico.
Es capaz de sentar en la misma mesa a quienes no son capaces de hablarse, que no se toleran, que no tienen nada en común, que no piensan parecido, que no lo harían en otras circunstancias.
Así que no hay que confundirse. Todas las críticas, algunas algo furibundas, de Carolina Tohá a Jeannette Jara y al comunismo, las alertas que quiso prender, los fantasmas que intentó despertar fueron sólo un esfuerzo un tanto desesperado y bastante tardío de revivir una campaña que nunca terminó de cuajar por sus propias deficiencias.
Y claro, seguramente en las primeras horas o tal vez días a contar de hoy veremos a Tohá y a su gente tratando de balbucear algunas condiciones, algunas “garantías democráticas”, pero que no quepa duda alguna que ella y todo el socialismo democrático se van a plegar detrás de la candidata comunista. Les va a dar lo mismo que Cuba sea una democracia diferente, que Lautaro Carmona niegue que ahí y en Venezuela se violan los derechos humanos, que Daniel Jadue les haga bullying.
Lo harán, obviamente, bajo algunas excusas, de que lo hacen por un bien mayor, casi por la patria: “evitar el triunfo de la ultra derecha”. Así va a ser, no hay que esperar otra cosa. Porque no nos olvidemos que hace muy poco, demasiado, Tohá y los suyos no tuvieron problemas en ser los guaripolas del horror que fue la primera propuesta constitucional, menos los tendrán ahora que un posible gobierno de Jara les podría asegurar seguir en la generosa nómina salarial del Estado. Para quienes nunca han emprendido, para quienes nunca han creado trabajo, para quienes les fascina gozar de los beneficios estatales, eso vale más que cualquier principio o valor democrático.
Y no se extrañe que ahí también van a estar los democratacristianos. Lo hicieron cuando eran un partido grande y con peso, con mayor razón lo van a hacer ahora que son insignificantes, que están a la deriva.
Los cálculos más apresurados de la derecha han apuntado a lo obvio. Que lo más conveniente para el sector era el triunfo de Jara, que incluso podría generar un escenario totalmente inédito de una segunda vuelta sin abanderados de izquierda.
Es un error frotarse las manos a partir de esa hipótesis.
Jara ya demostró su astucia. No tuvo problema alguno en, de un día para otro, transformarse en la más ferviente anticomunista. Borró de su campaña las banderas y colores de su partido, a sus principales dirigentes, actuales e históricos, bloqueó la participación de Jadue, no participó de los homenajes por el natalicio de Salvador Allende y hasta habló, medio obligada, de presos políticos en la dictadura cubana.
Es obvio que seguirá con esa impostación, que se definirá como socialdemócrata, que bailará cumbia, recorrerá ferias y besuqueará guaguas en lugar de comérselas.
A menos de cinco meses de la primera vuelta todas las encuestas evidencian más o menos lo mismo: los candidatos de derecha tienen las mejores opciones de ganar dicha elección, pero eso bajo ninguna circunstancia puede significar descorchar champaña. Está lejos de ser carrera ganada.
Hay que trabajar más y mejor.
La de la centroderecha debe ser una campaña activa, con energía, tensa, que confronte a Matthei con Kast, que deje en evidencia sus diferencias, y, por lo tanto, los espacios para complementarse, sin temor a debatir y a discutir. Esa será la única manera de ampliar lo más posible el electorado de centroderecha, de agrandar la cancha incluso más allá de sus límites habituales, reduciendo el espacio para que la farsa socialdemócrata que Jara nos quiere vender crezca hacia el centro.
La izquierda está golpeada, votó muy poca gente en su primaria, el presidente Boric no supera el 30% de aprobación, su candidato, Gonzalo Winter, apenas pudo ganarle a Jaime Mulet, varios de sus dirigentes desfilan por tribunales, pero en ningún caso está muerta.
A no confundirse. A no confiarse.