
Jeannette Jara es la primera militante del Partido Comunista que llega a la papeleta presidencial con posibilidades reales de pasar a segunda vuelta desde el retorno de la democracia. Su desempeño en las primarias primero, y en las encuestas después, podría parecer una señal de que el anticomunismo visceral del chileno medio —alimentado por la pedagogía pinochetista, las películas americanas y la experiencia venezolana o cubana— es cosa del pasado. Pero eso está lejos de ser cierto. La primera que lo sabe es la propia Jeannette Jara.
Jara entiende, con un instinto electoral que la asemeja mucho más a Bachelet que su nombre o su apariencia, que los ataques que la apuntan por ser comunista logran el efecto contrario: la fortalecen. No es que la gente haya dejado de ver problemas en el comunismo, sino que sienten que lo que se le critica a Jeannette no es su ideología, sino su origen, su estilo, su cercanía. No a su pensamiento o su militancia, no a su “hacer” sino a su “ser”. Sienten que el adjetivo “comunista” esconde otros que no se pueden decir “rota”, “rasca”, “poblacional”. Así para muchos, el anticomunismo es hoy solo la máscara del clasismo. Y frente al clasismo, la mayoría sabe muy bien de qué lado está.
Se habla mucho de los errores y horrores del comunismo, pero se habla poco de por qué, entre todas las doctrinas socialistas y anarquistas del siglo XIX, fue la de ese desastroso alemán de furúnculos incurables la que ganó. La ventaja de Marx sobre sus competidores fue simple y decisiva: entendió que la lucha de clases no solo atraviesa la historia social, sino también la subjetividad individual. Entiende sobre todo que esta no es una guerra unilateral ni estática; sino que es una guerra dialéctica, barroca, con pactos, alianzas y traiciones dentro y entre las clases sociales. La derecha chilena nunca ha logrado entenderlo y siempre ha soñado con una “paz de clase” que es vista por muchos como una rendición incondicional. Pero no hay paz de clase. No la hubo con el estallido social, que fracasó en sus formas y en sus fines, pero que demostró, al derribar dos proyectos constitucionales, el poder de los desposeídos, ese poder que no proviene solo de ser muchos, de ser siempre más, sino de no tener nada que perder.
Jeannette Jara sonríe, es gentil, amable, pero también es inflexible y profundamente convencida de lo que cree. Preparada, exigente, trabajadora, su preocupación por la microeconomía cotidiana la convierte en una candidata incómoda para unas élites que no entienden del todo porque alguien no podría llegar a fin de mes. Que tampoco perciben que Chile es un país demasiado caro para los chilenos, que no solo los inmigrantes se sienten extranjeros aquí: muchos nacidos y criados se sienten expulsados de sus propias casas, supermercados, hospitales y escuelas.
Las soluciones que propone Jara no son las que el votante medio cree posibles o razonables. Pero cuando la elite repite, una y otra vez, que lo que ella plantea es inviable, el votante medio empieza a pensar que quizá, solo por eso, vale la pena intentarlo. Después de todo molestar a los que lo saben todo es parte de su papel en la vida. Como ocurrió con Trump o con Milei, lo imposible se vuelve deseable porque lo posible es siempre lo mismo: seguir esperando, seguir aguantando, seguir callando para no molestar a los billonarios en la habitación de al lado.
Jara comprende tan bien esa incomodidad que, a pesar de haber sido ministra del Trabajo y Previsión Social de Gabriel Boric y siendo por la tanto la candidata de continuidad del gobierno, parece no tener nada que ver con él. Y quizás ese vínculo institucional con el gobierno le pese más que su militancia comunista. Al ritmo que vamos cuando eso ocurra, la derecha —la de siempre y la nueva— habrá desperdiciado sus mejores municiones en blancos equivocados. La campaña del terror solo consigue visibilizar el miedo de quienes la impulsan. Ese miedo, lo vimos en el estallido, genera placer en los que se sienten al otro lado del arcoíris.
¿Es Jeannette Jara imparable? La respuesta está de nuevo en Marx. Este prodigioso pensador, ese brillante radiografista de las pasiones humanas, cometió un pecado metodológico: comenzó su análisis desde la solución. Toda su vida intentó demostrar lo que ya había decidido que era verdad. El filósofo fue traicionado por el político y el político falseó la filosofía. Así se explica, en parte, el fracaso casi sistemático del marxismo aplicado y la distancia —a veces abismal— entre sus postulados y las verdaderas aspiraciones populares. Desde una mirada estrictamente marxista, siempre fue improbable que un burgués ilustrado como Marx pudiera representar fielmente a las masas. Cada vez que intento incorporar a un proletario a sus organizaciones lo termino expulsando por “vulgar”. Su vida de dirigente político, altamente desafortunada y perfectamente desnuda de glamour, resultan un constante visible con esa capacidad de análisis. En todo vio mejor que nadie, menos en lo que le importaba: la revolución.
Ochocientos mil venezolanos en Chile pueden dar testimonio de esa distancia brutal entre lo que los dirigentes marxistas creen que es el pueblo y lo que el pueblo realmente es. Daniel Jadue y el jadueísmo encarnan también esa desconexión. El marxismo leninismo ofrece a los líderes disciplina y dirección, pero sigue siendo, para bien y para mal, una filosofía de elites, muchas veces alejada del “sentido común” de quienes creen en la propiedad como lo sagrado y ven al extranjero como una amenaza (y la pena de muerte, y cortarle la mano a los ladrones, y preferir el verano al invierno).
Jeannette Jara puede ser infinitamente más popular que cualquier otro candidato, pero sus ideas siguen siendo menos populares que las de Kaiser o Kast. Si sus adversarios la critican por lo que es —comunista— la empujan hacia el corazón del electorado. Si la critican por lo que piensa —un confuso Kirchnerismo— podrán, quizás, sin nombrarlo, revivir el viejo fantasma del anticomunismo. Si insisten en atacarla por lo que representa, terminarán identificándose con el miedo que intentan despertar y asustarán mucho más que esa paloma feliz, esa acogedora hermana mayor, esa resistente fuerza de la naturaleza, que, hasta ahora, nada ni nadie ha logrado detener.