Coldplay no lo buscó de manera deliberada, pero el episodio de infidelidad descubierto en uno de sus shows, más allá del morbo con que se difundió y la velocidad con que se expandió, permite una reflexión sobre las trampas del ecosistema que la misma banda creó.
El reciente episodio viral con celulares captando cada gesto y reacción de los protagonistas, no solo fue un escándalo sentimental, sino también una postal perfecta del tipo de experiencia que el grupo ha cultivado: una hiperexposición emocional, donde lo privado se vuelve espectáculo y el show depende tanto de los músicos como de la audiencia.
La propuesta estética del conjunto que lidera Chris Martin, basada en la emoción colectiva, la empatía fluorescente y el amor universal, se ha vuelto tan intensa, envolvente y majadera que empieza a devorarse a sí misma. ¿Por qué? Porque Coldplay no solo canta sobre el amor: lo necesita, lo fabrica, lo escenifica. Y en ese afán, la agrupación cae en el riesgo de quedar atrapada en su propio relato.
La banda ha construido su imperio sobre la base de una experiencia musical total, sobre todo después de la colorida reinvención post-Mylo Xyloto. De ahí en más, el grupo ha convertido sus conciertos en ceremonias sensoriales, con pulseras LED y una emotividad casi programada. Todos sus shows están siendo grabados siempre: por los celulares del público, su equipo oficial y las plataformas que esperan el momento viral para difundir en redes.
En resumen, Coldplay ofrece un espectáculo donde cada lágrima, cada abrazo o cada petición de matrimonio -que también hubo la noche en que pillaron a los infieles-, puede terminar en TikTok o en un reel de Instagram mientras suena Fix You de fondo. Y justo ahí se fractura la narrativa de una banda que busca unir a través del amor: una imagen que debió haber quedado en el estadio terminó siendo pública, precisamente, por el contexto de un conjunto que promueve esa hiperconectividad emocional. La pregunta entonces es si Coldplay no fue, de algún modo, víctima de su propio ecosistema.
Su idea del pop incluye la noción de que el concierto no termina cuando se apagan las luces, sino cuando se vuelve historia en la pantalla del celular. Por eso no extraña que el develado affair haya alimentado aún más las búsquedas relacionadas al grupo en Google y que sus canciones hayan subido en Spotify y que el nombre “Coldplay” se mantenga en la conversación global incluso sin lanzar un nuevo álbum.
¿Se perjudica la imagen del conjunto? Casi imposible. Coldplay goza de un blindaje emocional construido por décadas en base a ser la banda más amable, la que apoya todas las buenas causas y la que canta “desde el corazón”. También la que ofrece disculpas por un episodio que, aunque no los define, sí pone en cuestión qué tipo de experiencia se ofrece cuando la música en vivo deja de ser un momento íntimo para convertirse en una excusa de exposición masiva.