Esta semana, Déficit Cero y Fundación Colunga publicaron la Agenda Niñez y Vivienda donde se realiza un diagnóstico sobre las condiciones de habitabilidad de niños y niñas en Chile.
Entre muchos otros datos respecto de las condiciones en que viven los niños en nuestro país destaca la escasa existencia de espacios de juego. En el informe se plantea que un 8% de los estudiantes de Educación Parvularia no cuentan dentro de sus hogares con espacios habilitados para jugar, y entonces cabe preguntarse: ¿Es realmente necesario contar con espacios específicos para ello? ¿La mera definición del espacio es condición suficiente para crear un entorno válido para el juego?
Se ha reconocido que el juego es la actividad principal de niñas y niños, es por medio del juego que manifiestan el goce, interactúan y aprenden. Pero desde tiempos remotos los niños juegan incluso en los lugares más inesperados, utilizando para jugar no solo juguetes sino que también cualquier implemento cotidiano.
En el contexto de juego, una escoba puede ser un caballo y una silla se puede transformar en un auto. Por medio del juego comprendemos el mundo y nos constituimos en parte de él. Entonces ¿es importante el espacio? Se ha propuesto que el contar con espacios propicios para el juego es fundamental para su promoción y a través de esto impactan sobre el desarrollo del lenguaje y otras habilidades cognitivas. Sin embargo, este espacio no considera simplemente el entorno físico, sino que también integra el dominio social, donde el rol de los pares y el de los adultos significativos para los niños y las niñas es fundamental para la construcción de espacios seguros de juego. Espacios donde disfrutar y aprender.
Es en la escuela donde tanto niños y niñas como sus familias pueden aprender a generar estos espacios de juego, considerando tanto, aspectos tangibles como intangibles en esta relación. La escuela puede actuar como un agente promotor del desarrollo de hábitos de juego no necesariamente asociados a un espacio concreto y, de esta forma, puede ayudar a fortalecer las herramientas con las que cuentan las familias en sus barrios y hogares para transformar actividades cotidianas en oportunidades de aprendizaje. Esto puede implicar un avance hacia una mirada integral que no sólo pone el foco en infraestructura, sino también en la transferencia de habilidades y herramientas accesibles.
No obstante, se ha observado que incluso en Educación Parvularia, donde el juego es uno de los principios fundamentales, los espacios de juego son reducidos generando una llamada escolarización de este nivel, lo que junto a la escasa participación de las familias en los entornos escolares, podría constituir un riesgo para la conformación de espacios informales para jugar.
En definitiva, es importante que una agenda de niñez y vivienda vaya de la mano de una mirada que coordine a los distintos actores que conforman los barrios, donde rol de las comunidades educativas en este sentido es fundamental. A la hora proyectar políticas públicas, las escuelas y sus comunidades educativas deben transformarse en un actor fundamental en el fortalecimiento de los espacios de juego y aprendizaje que se conforman dentro de los hogares.