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Estamos marchitos, junto a una democracia que perdió su épica

El clima político y social parece dominado por la inmediatez, la polarización y la desconfianza. Nuestros liderazgos —con honrosas excepciones— hablan más de sí mismos que de nosotros. Falta una narrativa que nos haga creer que juntos podemos más, que juntos somos mejores.

Mi propósito de vida ha sido, y sigue siendo, contribuir a un país y un mundo más inclusivo, cuidadoso y consciente. Por más de tres décadas desde PROhumana he trabajado para que las empresas, múltiples organizaciones y la sociedad en Chile comprendan que el desarrollo humano sustentable no es un lujo, sino una urgencia; y que puede transformar realidades y abrir caminos hacia un futuro más justo.

Hoy, esa convicción se encuentra con una preocupación profunda: nuestra democracia parece perder su pulso vital. No es solo que la participación ciudadana disminuya o que la confianza en las instituciones se erosione; es que carecemos de liderazgos con épica, capaces de convocarnos a algo más grande que nuestras diferencias y urgencias cotidianas.

La épica no es un discurso inflamado ni una foto bien calculada. Es la fuerza de un relato que nos hace sentir parte de una misión común, un horizonte que no se agota en el próximo ciclo electoral. La épica democrática debería inspirar a cuidar lo que hemos construido, ampliar las fronteras de la inclusión y sostener, incluso en el disenso, la dignidad de cada persona.

Cuando existe un propósito colectivo claro, comunidades enteras se transforman: se prioriza el largo plazo sobre el beneficio inmediato, el liderazgo se entiende como un servicio y no como un privilegio, y los proyectos florecen porque se diseñan desde el cuidado mutuo. Si es posible en esos espacios, ¿por qué no en el país entero?

Sin embargo, el clima político y social parece dominado por la inmediatez, la polarización y la desconfianza. Nuestros liderazgos —con honrosas excepciones— hablan más de sí mismos que de nosotros. Falta una narrativa que nos haga creer que juntos podemos más, que juntos somos mejores.

La democracia es frágil cuando se reduce a procedimientos y pierde su alma. Y su alma es la convicción de que cada voz cuenta, de que la diversidad nos fortalece y de que el poder se ejerce con responsabilidad y cuidado.

Necesitamos líderes que recuperen esa dimensión épica: que se atrevan a incomodar a su propio sector para tender puentes, que convoquen a la esperanza informada, que inspiren a actuar más allá del miedo o del interés personal.

No renuncio a la certeza de que la épica se puede reconstruir. Requiere valentía, coherencia y una visión que no se doblegue ante la presión del minuto. Significa volver a hablar de bien común, de vida digna, de justicia intergeneracional, de cuidado del planeta y de las personas como si fueran las cosas más importantes —porque lo son.

La pregunta que queda abierta es si tendremos la lucidez y la valentía para recuperar la épica. Porque sin ella, la democracia se nos escapa de las manos; y con ella, se abre la posibilidad de construir el país que cada persona en Chile espera y merece.

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