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El consenso por crecer le gana a la ideología

Si este consenso inédito sobre la necesidad de crecer es algo más que una estrategia electoral, debe traducirse en políticas concretas: incentivos claros a la inversión, más certeza jurídica, reducción de la permisología, fomento al emprendimiento y un Estado que facilite en vez de obstaculizar.

En medio de una campaña presidencial marcada por la polarización en múltiples frentes, hay un punto en el que —sorprendentemente— parece haberse alcanzado consenso: la urgencia de retomar el crecimiento económico. Los tres candidatos que hoy concentran las mayores preferencias en las encuestas, provenientes de sectores ideológicos tan distintos como la derecha, centro derecha e izquierda radical, han coincidido en que Chile necesita volver a crecer.

La coincidencia es tan llamativa como irónica. Que la abanderada del Partido Comunista insista en la importancia del crecimiento es un giro que pocos habrían anticipado hace apenas tres años, cuando en la campaña anterior voces influyentes de su sector defendían sin pudor el “decrecimiento económico” y una estrategia de confrontación con la inversión privada, llamando a “meterle inestabilidad” al país. Hoy, sin embargo, parece que hasta en la izquierda más extrema se reconoce que sin expansión económica no hay políticas sociales sostenibles.

Ahora bien, aunque la música suena afinada, la letra a veces no rima. Varias de las propuestas concretas de la candidata de las izquierdas, continuadora de la actual administración, parecen ir en sentido contrario al objetivo proclamado. Hablamos de alzas de impuestos que castigan la inversión en lugar de incentivarla; de nuevas regulaciones que agregan capas de burocracia a una permisología ya asfixiante; o de señales de inestabilidad normativa que desalientan proyectos a largo plazo.

El mismo Gobierno ha jugado un rol contradictorio. Por una parte, declara su prioridad de eliminar trabas a los proyectos de inversión y, por la otra, impulsa proyectos de ley —como el de patrimonio cultural— que provocan incertidumbre jurídica, mayores costos de tramitación y dilación de los plazos. En la práctica, medidas como estas reducen el apetito de inversión y, con ello, la capacidad del país para generar más empleo y estimular el crecimiento. Es como anunciar que queremos correr más rápido, mientras nos amarramos las piernas: el discurso se acelera, pero la economía se frena.

La importancia de retomar el crecimiento no es un capricho tecnocrático. Entre 1990 y 2010, Chile promedió un 5,3% de expansión anual del PIB, lo que permitió reducir la pobreza del 38,6% al 14,4% y multiplicar el ingreso per cápita. En cambio, en los últimos cinco años, el promedio no ha superado el 2%, con una inversión que lleva más de una década estancada y un empleo privado que aún no recupera plenamente su dinamismo pre-pandemia. Sin inversión no hay innovación; sin innovación, no hay productividad; y sin productividad, el crecimiento es una ilusión.

Por eso, si este consenso inédito sobre la necesidad de crecer es algo más que una estrategia electoral, debe traducirse en políticas concretas: incentivos claros a la inversión, más certeza jurídica, reducción de la permisología, fomento al emprendimiento y un Estado que facilite en vez de obstaculizar. Si la urgencia de crecer termina quedando solo en un eslogan de campaña, perderemos la oportunidad y volveremos, en otros cuatro años más, a debatir sobre la pobreza que no logramos superar.

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