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Deshumanizados: lo que el sistema de salud no quiere ver ni oír

Para humanizar no necesitamos un curso, sino un replanteamiento radical del cuidado. Donde la pregunta no sea ¿por qué no vino cuando lo llamamos?, sino ¿qué necesitamos cambiar para que usted sea visto, oído y cuidado?

Jean, de origen haitiano, sostenía el papel de la cita como quien sostiene un pasaporte a la esperanza. “10:30 AM”, decía. Tras meses de dolor lumbar agudo, ese que no le dejaba cargar cajas en el negocio donde trabaja, por fin una consulta. En la sala de espera, los altavoces decían nombres en un idioma que le sonaba a jeroglíficos. “¡Lecrerc! ¡Tercera llamada!”, gritó una voz. Jean no reconoció su apellido. Cuando se acercó, tímido, la recepcionista ni alzó la vista: “¡Perdió su turno!”. Tendría que pedir una nueva hora, lo que significaba meses de espera con el especialista. Jean se retiró sin decir nada.

Su dolor no era solo físico. Era, además, la humillación de ser un error del sistema, un cuerpo ignorado porque su oído no descifró un sonido ajeno. ¿Cuántos Jean caen hoy en este vacío? ¿Cuántas veces el sistema sanitario, en su prisa burocrática, olvida que trata con seres de carne y hueso, miedo y lenguaje propio?

La historia de Jean no es una excepción. Es un síntoma de una cultura sanitaria que fragmenta al ser humano en órganos a reparar, olvidando que somos mucho más que cuerpos, emociones y relatos. Podemos mirar alrededor: las filas kilométricas donde los pacientes envejecen en sillas de plástico, convertidos en números anónimos, el silencio cómplice cuando no se explica un error médico, dejando a una familia en la oscuridad del “¿por qué?”, la mirada eludida, el saludo omitido, la pregunta no hecha: gestos mínimos que niegan dignidad. Las listas de espera que roban vidas, como si un cáncer pudiera negociar plazos. Y en los márgenes, el daño es más brutal: la mujer que llega con un ojo hinchado tras una paliza y escucha: “¿Y usted qué hizo para provocarlo?”.

Estos no son fallos operativos. Es deshumanización estructural: reducir personas a cuerpos defectuosos, negar su subjetividad, su dolor, su derecho a ser parte de su cura. Y tiene un nombre: aquel que, bajo la máscara de la objetividad científica, cosifica al que sufre.

¿Cómo sanar un sistema que, al deshumanizar, enferma más? La filósofa Rosi Braidotti nos propone una “revolución ética” desde lo posthumano: el dolor de los demás nos concierne no por caridad, sino porque estamos hechos de la misma materia vulnerable y finita. La ética es responsabilidad radical por la ‘zoé’ que nos atraviesa a todos y pone la vida en el centro. ¿Qué es la «vida» (bíos/zoé)? Para Braidotti, es una fuerza transversal (Braidotti, 2009: 143). ¿Y esto qué significa en nuestra sala de espera, en nuestros centros de salud? Esa energía que late en Jean, en la mujer golpeada, en ti y en mí. Reconocerlo exige romper los dualismos hombre/mujer, naturaleza/cultura, cuerpo/alma del viejo humanismo. Atender a Jean no es solo ajustar una vértebra, un cuerpo: es ver su miedo al desempleo, su barrera idiomática, su dignidad herida.

Desde una mirada ética, si mi bienestar está ligado al tuyo (y al de Jean y al del río contaminado que nos da cáncer), entonces deshumanizar al otro es dañar mi propia humanidad. Si llevamos esta mirada posthumana a la salud, entenderíamos al paciente como un “nudo en una red vital” (familia, comunidad, ecosistema). Significaría ser capaz de moverse con empatía entre realidades diversas, de escuchar sin jerarquías, de ver en el otro un rostro concreto (Jean, no un “inmigrante”). Es cruzar la frontera de nuestra zona de confort para encontrar al otro donde está, no donde el sistema lo coloca.

Explicar un error, pedir perdón, saludar al entrar no son buenas prácticas o actos de cortesía. Son actos de justicia porque ese humano frente a mí merece respeto por su vulnerabilidad compartida con la mía.

Para humanizar no necesitamos un curso, sino un replanteamiento radical del cuidado. Donde la pregunta no sea ¿por qué no vino cuando lo llamamos?, sino ¿qué necesitamos cambiar para que usted sea visto, oído y cuidado?

Porque, como nos hace reflexionar Braidotti, sólo cuando honramos nuestra fragilidad compartida, la salud deja de ser una transacción y se convierte en un acto de justicia profunda.

En el nombre de Jean, en el nombre de todos los que esperan ser tratados con justicia, dignidad y respeto.

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