No es casualidad que, en medio de una crisis política, de seguridad y laboral, tengamos que decidir entre quien ha demostrado con hechos y quienes solo ofrecen titulares (o buenos pasos de baile). Entre quien, en su momento, apostó por más democracia, más seguridad y fue ministra cuando se crearon un millón de empleos reales —según cifras oficiales del INE—; y quien, desde el otro flanco, se cuela con promesas de mano dura, pero incluso llegó a desechar algo tan básico como la Ley Cholito, esa que protege a los animales y simboliza un mínimo de civilidad y respeto.
Porque sí, en política las señales importan. No es lo mismo hablar de seguridad desde un eslogan que desde una gestión concreta. No es lo mismo prometer empleo que haberlos creado. Y no es lo mismo levantar la bandera del progreso mientras se retrocede en derechos.
Hoy, más que nunca, las decisiones se toman por más de un millón de razones reales y concretas. Y entre esas razones está no volver a improvisaciones ideológicas, a experimentos de laboratorio o a proyectos que disfrazan su precariedad con marketing político, “reglas flexibles” o mil programas que nunca se implementan.
En tiempos de crisis no necesitamos discursos vacíos ni guiños a la galería, y mucho menos callar —o excusarse de un debate— o intentar saltarse las reglas del sistema político. Necesitamos a quien ya ha demostrado que sabe, puede y quiere hacer las cosas bien. A quien entiende que llegar a acuerdos no es una claudicación, sino una condición necesaria para avanzar en cualquier democracia. A quien tiene la trayectoria, el equipo y la visión para conducir Chile con seriedad y rumbo claro.
En suma, se requieren herramientas sólidas para sacar a nuestro país adelante.
Porque, mientras algunos agitan la idea de “volver a los noventa” para capturar un nicho de votos huérfanos, muchos —la mayoría silenciosa— preferimos el bienestar común y la pluralidad como forma de vida, sin renegar de principios, orígenes ni estilos.
Ya no sirve elegir entre lo menos malo y lo malo. Estamos en un punto de inflexión en el que extrapolar el origen de una persona como valor por sí mismo no significa nada, ni tampoco correr el cerco hacia el otro extremo. Da igual si naciste en cuna de mimbre o si fuiste cajero en el restaurante de tu padre. Hoy —lo que realmente importa— es tener capacidad, gestión y visión para proyectar un mejor Chile.
Ni la exhibición forzada de ideologías ni la de los extremos resuelven el despilfarro fiscal, las listas de espera, la inseguridad ni la falta de empleos. No sirve culpar siempre al pasado ni maquillar con publicidad lo que, en la práctica, se traduce en nada.
Porque, aunque esos extremos quieran convencernos de lo contrario, las cifras y los hechos son la mejor campaña: un millón de empleos no es casualidad; es capacidad.
Y esa capacidad es la que debemos elegir.