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Mario Marcel: Puro corazón

Mario Marcel tuvo que afrontar una economía tan destrozada como el centro de Santiago después del estallido y la pandemia. Restos de una doble tempestad, más una incapacidad ya endémica para producir, crecer, inventar, intentar algo nuevo.

Tenía corazón. Era lo más grande que tenía. Mucho más innegable que su probado cerebro. Tenía corazón, tenía tanto, que ahora que se va uno no puede evitar sentir que es el corazón del gobierno el que se va con él. Un corazón que no era otra cosa que la generosidad de un funcionario y cuadro político probado y prestigioso que podía esperar solo premios y puestos seguros y bien pagados en organizaciones internacionales, pero que eligió volver al ruedo y tener que al mismo tiempo gobernar y enseñar economía básica a quienes llegaron al poder despreciando las lecciones que la historia ya había dado. Generosidad de quien consiguió con los votos de otros el peso del gobierno, y que admitió que no lo sabía todo, que tenía que aprender también.

Durante mucho tiempo creí que su frialdad era soberbia, que sus corbatas grises confirmaban su distancia y su rigidez. Hasta que un día apareció con algunas corbatas coloridas que nada tenían que ver con su semblante adusto. Descubrimos que era especialista en dar con voz calmada malas noticias, pero también en vislumbrar en ellas la sombra de soluciones, a veces improbables, otras seguras, lentas, pero progresivas. Aprendimos entonces que su parquedad era humildad, que su seriedad era compromiso, y que lo que guiaba su vida era, justamente, un lazo sentimental profundo con los ideales de su juventud, temperados por un sentido trágico de la realidad.

Mario Marcel tuvo que afrontar una economía tan destrozada como el centro de Santiago después del estallido y la pandemia. Restos de una doble tempestad, más una incapacidad ya endémica para producir, crecer, inventar, intentar algo nuevo. Era suficientemente difícil en sí, para sumarle a esas dificultades tener que darle clases remediales de matemática a la jefa de presupuesto y explicar por qué importan los fundamentos básicos de la aritmética presupuestaria. Enfrentar a los empresarios que nunca le creyeron era algo que podía esperarse, pero tener que revisar una y otra vez las matemáticas de su propio equipo era un exceso.

Fue su principal fracaso, admite hoy. El déficit fiscal terminó en 2,9% del PIB versus el 1,9% proyectado, que en parte tiene que ver con una incomprensible incapacidad de digitar las cifras en orden. Un error que la condescendencia, el error fatal de la generación de Marcel a la hora de hablar con la que la sigue, ayudó a hacer inevitable. Aguantó el bochorno con la paciencia del que prefiere avanzar lento pero seguro, y aunque no nos volvió ricos, sí nos volvió cuerdos, recordándonos que para lo primero se necesita trabajo, y no solo cumplir horario. Y también pensar, que es algo que hace tiempo no hacemos, o que confundimos con quejarse.

Sé poco de economía, pero aprendí a golpes a admirar a esos economistas de centroizquierda que entendieron que las dictaduras llegan al poder no solo con armas y millones, sino gracias a la inflación y el desabastecimiento, aliados más efectivos y silenciosos. Que comprendieron que no bastaba culpar al enemigo cuando al pueblo que se quería defender se lo dejaba en la miseria o, peor, en la incertidumbre.

Algunos de esos economistas, es cierto, aprendieron demasiado bien la lección y se volvieron gerentes en la sombra de las mismas empresas que una vez combatieron. Otros, como Mario Marcel, prefirieron volver al servicio público, en medio de una generación que creció despreciando todo lo que ellos habían aprendido. Y cuando los errores de cálculo de su equipo se hicieron evidentes, Marcel cometió la exageración de todo apoderado al que pillan al pupilo copiando: decir que era la mejor jefa de presupuesto de la historia. Mejor que él mismo, que consiguió siempre hacer mejor que nadie la tarea de no ser visible nada más que para el ministro que debe enfrentar los perpetuos NO que caracterizan el puesto. Ser parte de un equipo, un equipo, o más bien la falta de él, que explica quizás la renuncia de Mario Marcel, sobrecargado de una tarea que descansa demasiado sobre sus únicos hombros. Temeroso de que si delega demasiado puede una vez más 2+2 dar como resultado 8.

Marcel se va como llegó: discreto, sin aspavientos, sabiendo que el que viene detrás heredará las mismas ecuaciones imposibles y los mismos opositores que nunca entienden que en economía no basta la buena voluntad. Se va dejando las cuentas en orden, pero sobre todo se va dejando una lección que este país se empeña en no aprender: que la generosidad en política no está en prometer lo imposible, sino en hacer lo posible con la seriedad de quien sabe que detrás de cada número hay familias que dependen de que las cuentas salgan bien.

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