Días atrás, más precisamente el lunes 6 de Octubre, el presidente argentino Javier Milei hizo un panic show que quedará en el recuerdo, no por la calidad musical demostrada por el presidente, sino por la falta de respeto a una investidura presidencial que exige coherencia y nunca una exacerbación de falta de cordura.
“Se puede afrontar una aventura loca, pero el aventurero debe ser cuerdo”, planteaba Chesterton con gran delicadeza intelectual.
Sabemos que La Argentina vive de aventuras locas, las ha vivido en el último medio siglo y potenciadas en las últimas décadas, dónde se confunden crisis y contracrisis, economías al borde del default, pobreza creciente y nuevos ricos en una convivencia difícil de explicar.
Yendo a esta última saga de la aventura argentina, el gobierno libertario (una nueva raza de aventureros) parecía alcanzar la tan necesaria estabilidad económica mejorando la performance en la macroeconomía, deteniendo la inflación aunque con sufrimiento de la clase media-baja, disminuyendo la pobreza a partir de sostener la ayuda a los vulnerables y obteniendo el beneplácito del mundo financiero internacional que veía una luz de la mano de una política de ajuste (en la que se alcanzó déficit cero a partir de no pagar cuentas a acreedores, por ejemplo). Pero la nave iba, empujada por amigos entrañables (Donald Trump a la cabeza), y allí Javier Milei pasó de ser un aventurero a creerse un mago. Pero todos sabemos que la magia está en la política, y claramente Milei es apenas un aficionado en esa materia.
Hacer política es acordar con el adversario, no insultarlo ni escupirlo. Hacer política es tener la opción de armar equipos con anticipación a la llegada del poder, a fin de que el gobierno no refleje inexperiencia, ni improvisación.
Hacer política es tener firmeza para quitar del medio cualquier atisbo de corrupción, siendo que parte del relato actual de los pretendientes a gobernar está centrado en ese punto.
Nada de eso sucedió, y el castillo que suponía construir el “rey león” como quiere que lo llamen, se fue diluyendo por incapacidad política, por no darse cuenta, por no decidir a tiempo, por carecer de la habilidad para integrar y unir, por no tener la autocrítica suficiente al evaluar situaciones.
Cuando lo que reina es la confusión ideológica y el intento de crear una secta para enfrentar a los que piensan distinto, el liderazgo y el gobierno se transforman en locura de poder.
En medio de sospechas de corrupción, de candidatos sumergidos en problemas de narcotráfico, de una economía que paso de ser “estable” y prometedora a una situación de salvataje para no quebrar, Javier Milei no tuvo mejor idea que presentar su libro “La construcción del milagro” (¿¿!!) y de relanzar la campaña para elecciones parlamentarias con un show patéticamente rockero, dejando al descubierto una sensación de histeria y desquicio. Todo lo que resulta negativo para quien busca estabilidad, seguridad jurídica y convivencia democrática.
Todo lo sucedido en ese frenético y loco mundo Milei, es una muestra que para hacer una revolución, del lado que sea, se necesita de talento político, de ideas claras, de capacidad negociadora, de entender el conflicto y de contar con un equipo cohesionado. De no ser así, la supuesta revolución quedará disuelta por el establishment, sea del color que sea.
El caso de la aventura argentina es para aprender. Una cosa es disfrazarse para ganar una elección y otra muy diferente cuándo una vez en el poder hay que hacer lo que hay que hacer, y eso implica que las sobrepromesas deben esperar. Es un mensaje para los candidatos a presidente en Chile.
Jara disfrazada de socialdemócrata, Kast transformado en el abuelito de Heidi, y Evelyn cada vez mas sexy, supone que son todos disfraces para ganar, como el disfraz de anarquista que usó Milei, pero por favor que el presidente que asuma en Chile se quite su disfraz y sea quien fuere, que lo haga desde su propia identidad y con respeto a la investidura. Porque el disfraz se destiñe rápido.
La convivencia pacífica exige ese respeto, para no caer en ningún “panic show” en el que un presidente-cantante aúlle desaforadamente “demoliendo hoteles” de Charly García cuando en realidad está, tal vez sin quererlo, demoliendo democracia.
La forma, hace fuerte al contenido. Pensemos.