“Un tropezón cualquiera da en la vida”, dice el refrán popular. Y dos titanes del tango, como Carlos Gardel y Julio Sosa, entre otros, grabaron el tango inspirado en ese proverbio –El tropezón-, que trata del enorme impacto que produjo en un hombre darse cuenta que su pareja le ha sido infiel y ha fingido su amor.
El engaño es un tropezón sobre lo que creía seguro acerca de la amada. Y sólo cabe retirarse e intentar amar de nuevo.
Un tropezón cualquiera da en la vida, sí, pero hay tropezones y tropezones.
El tropezón amoroso personal es privado, le duele a uno, y la decepción no siempre se manifiesta.
Cuando el tropezón es político la cosa cambia, porque todo está en el territorio de la competencia con opositores. Porque ocultar o dilatar información relevante sobre un equívoco o una mala decisión, no se va a interpretar como un error, sino como algo que quiso ser ocultado de la ciudadanía.
En este sentido, el cobro equivocado de las cuentas de la luz a millones de hogares desde 2017, no sólo amerita una reparación del daño causado, sino una explicación razonable de la demora en detectarlo.
La salida del ministro de Energía, Diego Pardow, hace pocos días sólo tiene sentido por ser ese ministerio el que debió apreciar a tiempo el error de cobro, al ser la institución responsable de monitorear lo que ocurre en materia eléctrica. Cosa que no se hizo por años.
En política -ya lo dijimos- los errores no se interpretan necesariamente como errores. El carácter ultra competitivo de gobierno y oposición transforma el error del gobernante en daño público.
Es difícil entender cómo algo inapropiado en los cobros de la luz estuvo ocurriendo por años, sin que hubieran chequeos permanentes al modelo que fija los precios.
Dependemos de instancias como la Comisión de Energía, que fue la que detectó el cobro indebido.
Y no habría sino aplausos para ella si no pareciera demasiado el paso del tiempo con el costoso error. La obvia compensación que se viene para buscar reparar el costoso condoro es imperativa, sí, de eso no hay duda. Las lecciones que se derivan del problema también deben ser rápidas y eficientes.
Un error cualquiera da en la vida, dice el refrán y la canción. Sí, eso corre para la vida humana. Cuando se trata de instituciones oficiales, la tolerancia al error no es piadosa. Y a más tiempo que ese error se comete, el tropezón corre el riesgo de transformarse en incompetencia.